Música para flotar

martes, 6 de mayo de 2014

Camelot (un cuento de desamor)

Fachada del local ubicado -hace años-
en Corrientes, casi Uruguay (Q.E.P.D)
La chica que le gustaba trabajaba en el local de comics ubicado al lado del edificio donde él tenía su oficina. No sabía nada de ella, pero amaba la extravagancia de su vestimenta,su actitud despojada frente a la vida, siempre apoyada en los codos sobre el mostrador leyendo alguna 
cosa, masticando chicles, como si el tiempo fuera un invento de Dalí. Le gustaba la imagen que proyectaba, una imagen completamente ajena a la suya y a la de las mujeres que solía conocer en los cócteles. 

Él se sentía un adinerado aburrido atrapado en un tiempo y en un lugar que no le correspondían. Le gustaba verse con el traje, pero no dejaba de verse como un disfrazado tratando de encajar todo el tiempo con el target pedido. Pero lo que más le gustaba de ella era la imagen de libertad que transmitía. Su pelo fucsia enrulado parecía no ser realmente consciente del mundo espantosamente normativo y prejuicioso que giraba afuera. El mundo que él encarnaba.

Francisco era abogado. Su padre era abogado. Su abuelo era abogado. Su inclinación por el Derecho fue prácticamente decidida desde la cuna, porque el Estudio de la familia era el más importante de la ciudad y era inconcebible que se malograra. “Pensalo bien Paco, ya tenemos un nombre, una clientela prestigiosa, una trayectoria, y vos podrías continuar el sueño de tu abuelo y el mío. ¿Para qué arriesgarse con otras carreras poco solventes?”, le dijo el padre –palabras más, palabras menos– en varios momentos a lo largo de su vida.

El abogado de las "personas
importantes" de Los Simpsons
 
Francisco quería ser dibujante y si bien era un profesional excepcional (no había perdido un solo juicio), estaba aburrido de las leyes, de los magistrados, de Tribunales y de la complacencia de todos cuando lo escuchaban hablar. 

Cuando un local de historietas se instaló justo al lado de su oficina sintió que el destino lo estaba provocando, que lo estaba llamando cobarde: acá está tu lugar y no allá. Tardó meses antes de frenarse en la vidriera y quedarse enamorado de todas esas tapas, de esos personajes tan fantasiosos como necesarios. También había muñecos de todo tipo, algunos sumamente realistas con detalles imperceptibles y otros de diversas publicaciones o de algunas películas. Se quedó pasmado, soñaba con ver su nombre en alguna de esas tapas, así no fuera más que un fanzine de cuatro páginas. Era un niño frente a una juguetería, un niño enfrentando su deseo primario. Todo en esa vidriera lo miraba también con nostalgia, con la sospecha de haber perdido a un creador nato, un apasionado de verdad, no un dibujante que trabaja por encargo.

Pero había algo que le gustaba más que los comics, a pesar de no saber nada de ellos, y eran las mujeres. No fue extraño que se enamorara de la vendedora del local, la figura visible y humana de ese lugar. Proyectaba toda esa necesidad artística que arrastraba a lo largo de su vida en una chica que ni siquiera sabía que él existía pero que, solo por estar allí sentada, ya tenía una gran dosis de importancia. El sueldo no tendría punto de comparación, es verdad, pero estar rodeado de ese mundo mágico y en los ratos libres elaborar bocetos no para que lo contratara una empresa norteamericana y vender su talento a cambio de billetes, sino para estar a gusto consigo mismo... eso no tendría precio. Dibujar un hechicero porque este le pide que le dé realidad, no porque haya una finalidad. Francisco no podía abandonar el estilo de vida al que estaba acostumbrado y recostarse sobre el césped en Plaza Francia a dibujar mariposas, tan hippie no era. Pero desde que ese local estaba allí, el sentido de su vida –lo que era, lo que representaba– empezó a hacerle ruido.

La chica de la tienda tenía el pelo de este color
Una noche pensó en ella casi hasta quedarse dormido y al día siguiente decidió entrar al local y hablar con ella. Pero se frenó al verse tan burgués, tan ajeno a ese ámbito y a ella. Al menos, tenía que tener una vaga idea de historietas, dibujantes, series y personajes, y era algo que desconocía completamente. Francisco disfrutaba haciendo dibujos en su agenda como un amateur, pero nunca había ido a una exposición de comics. Tampoco se le hubiese ocurrido, por ser un evento tan ajeno a sus corbatas, a su estructura. Nunca se propuso investigar, ni siquiera por Internet. Pero esta empezó siendo la solución. Se propuso obtener un bagaje general para poder tener una conversación fluida con aquella chica de pelo fucsia y lograr que fuera verdad, porque atrás de ese traje, él era un dibujante, un artista. Hasta pensó que podía llevarle algunos dibujos y pedirle su opinión, pero eso era mejor dejarlo para una segunda instancia. El vértigo de tener algo con ella lo estimulaba. Su familia no podría entenderlo, pero él debía de algún modo reunir en una sola persona algo parecido a lo que siempre había querido. Las mujeres de su oficina eran hermosas, pero también aburridas chicas materialistas, tal como él se consideraba; vestían trajes impecables, peinados súper cuidados, zapatos de taco, y perfumes como para hacer una orgía olfativa. En cambio, la chica de los comics usaba remeras superpuestas, jeans o pantalones de colores, zapatillas y todo tipo de bijouterie en las muñecas y en el cuello, colgantes con muñequitos, símbolos chinos y otros. Francisco envidiaba su comodidad y no podía creer que la ropa de trabajo que ella usaba era como su ropa de un sábado a la tarde.

Una mañana pasó y la chica estaba acomodando unos peluches feos de un solo ojo. Francisco se quedó quieto mirando la escena. Nunca la había visto tan de cerca. Era todavía más linda de lo que creía. Su rostro era fresco y descansado, no conocía las arrugas que nacen de las preocupaciones, de los juicios, de los debates; ella solo acomodaba muñecos en un estante. Sus uñas estaban pintadas de todos los colores llenando de alegría el mundo, mientras que el traje de Francisco, de color gris topo, intentaba aplacarla. Pudo vislumbrar una bombacha minúscula con dibujos de fantasmitas. De repente, la chica se dio vuelta y se miraron a los ojos. Fue un momento demasiado fuerte e inesperado para el abogado que solo atinó a mostrar una pequeña sonrisa y huir. Ella en cambio devolvió una gran sonrisa mostrándole todos los dientes, como si le hubiese dado gracia que alguien estuviera ahí espiándola. Le pareció un sujeto muy interesante.

Francisco derretía jurados porque su oratoria era laberíntica y aduladora. Todos caían a sus pies. No había mujer en el Estudio que no se le hubiera insinuado, y no por ser el hijo de, sino por sus propios méritos, su porte, su talento, su belleza, su poder para encarar auditorios y salas repletas de personas sin mostrar debilidad. Pero nada de eso servía; la única chica con la que quería tener una conversación inocente era la de la tienda de comics... y estaba aterrado. Sentía bronca contra sí mismo. No podía sufrir tanto pánico escénico. La huida de la otra vez había sido un acto estúpido, y eso le jugaba en contra. Pero prefería seguir leyendo, buscando, estar más seguro y seguir esperando.

Adictiva serie de manga oriental
Francisco solo la veía dos veces por día, cuando llegaba a la oficina y cuando se iba. En esos cuatro segundos pensaba que tenía que lograr que ella lo mirara y coincidir con esa mirada y sonreírle. Pero era casi imposible. Casi siempre estaba leyendo algo y rara vez levantaba la vista. Una vez pasó, y ella llevaba una remera blanca con unas inscripciones en algún idioma extraño y el hombre estuvo una semana tratando de descifrarlas o encontrar a qué podían pertenecer. Pero no hubo caso. Él se había quedado en la época de Batman, Superman, de los clásicos, si es correcto llamarlos así. Ahora había tanto que estaba azorado, ni en un millón de años iba a poder conocer y consultar todas estas historietas. Empezó a ver una serie por Internet cuyo título lo había leído en uno de los costados de la vidriera: se llamaba Death Note; y al principio los dibujos orientales no le agradaban, pero tiempo después se familiarizó tanto con ellos que llegó a dibujar a todos los personajes en un anotador. Se compró unas tintas que pidió a Japón y en los descansos incursionaba en técnicas novedosas, al menos comparadas con aquellas a las que él estaba acostumbrado. Compró por poco dinero un lote de historietas diversas que alguien se quería sacar de encima y las leyó con verdadera fruición, reparando en los detalles no solo gráficos o que hacen a los dibujos, sino también a los datos del dibujante, el guionista, el traductor. Todo lo que podía hacer a su entendimiento cabal sobre un comic. Paralelamente su enamoramiento, al menos platónico, por la vendedora aumentaba, porque cada vez se sentía más cercano a ella.

El trabajo se empezó a poner cada vez más tedioso hasta el punto de olvidar citas, descuidar clientes de toda la vida y desestimar consejos paternos. Tenía ahorros para poder sobrevivir varios años sin siquiera trabajar. Podría cambiar su estilo de vida, mudarse a un departamento más pequeño (¿para qué quería tener cinco habitaciones?), cambiar el BMW por un coche más económico. No quería dejar de trabajar, pero los comics se convirtieron en la prioridad, y esto lo llevó a desear un trabajo menos demandante, donde le quedara una neurona al final del día y no para ahogar con whisky en un pub de Retiro, sino para poder dibujar hasta quedarse dormido.

El día que se sintió realmente seguro acerca de sus conocimientos en materia de historietas, le comentó a su padre la decisión de abandonar el Estudio. Para su sorpresa, a su padre no le llamó la atención para nada. Le dijo que hacía tiempo que lo veía disgustado y perdido en las “revistitas”. Agregó que, si bien su anhelo era que él continuara con todo, no podía obligarlo a quedarse. Francisco se sorprendió de la apertura mental de su padre... nunca había sido tan flexible. Pero, por mucho que le doliera al padre la elección de su hijo, sabía que trabajar en un lugar en el que no se encontrara bien podría representar un daño potencial para toda la firma. De hecho, el padre de Francisco ya se había adelantado y hacía algunos meses estaba entrevistando postulantes. Eso no se lo dijo para no herirlo. Insistió en que siempre tendría las puertas abiertas para cuando quisiera regresar, que nadie podría reemplazarlo.

Mafalda, feliz e inmortal
Francisco salió radiante, con una sensación indescriptible de libertad física, mental y social. En la puerta, se sacó la corbata y la tiró a la basura. No sabía qué le iba a deparar la vida, no estaba muy seguro de los caminos que iba a tomar y en esa incertidumbre radicaba todo su bienestar. Hay veces en la vida en las que hay que arriesgarse, sin importar qué puede pasar. Es mejor apostar la ficha y ganarle a la banca o perder todo, que volver a la casa con la ficha sin saber qué hubiese pasado si hubiéramos jugado. La vida es para los que se animan, tal como Francisco, los que se tiran de cabeza a una pileta de sueños sin tener siquiera flotadores. 

El germen de este nuevo estado había sido la casa de los comics y la chica de pelo fucsia. Para que todo terminara de cerrar o –mejor dicho– para que todo empezara a suceder de una vez, tenía que hablar con ella. Estuvo meses incursionando en la materia y sentía que no solo debía aprobar, sino también llevarse a la profesora. Estaba excitadísimo, sentía que flotaba, que podía comerse el mundo, pero ahora con el sabor que él quería. Sin pensar mucho más, entró al local. Cuando la vio, quedó sorprendido. Había teñido su pelo a un tono castaño, estaba elegantemente arreglada, vestía un traje azul, zapatos… Ella fue la primera que habló:

- ¿Vos trabajas acá al lado, no?
- Sí…
- Hoy tengo una entrevista en el Estudio de abogados y la verdad (dejó escapar una risita) estoy algo nerviosa. ¿Sabés si son muy exigentes? Yo estoy por recibirme y…

Francisco no respondía. Se quedó atónito. La realidad le dio una cachetada tremenda. Además la chica no dejaba de hablar, era insoportable. Como si no hubiese escuchado nada de lo que ella había dicho la interrumpió:

- ¿No vas a trabajar más en este lugar?
- Si me contratan ahí, no… la verdad es que odio este lugar. Está lleno de revistas para gente rara, infantil. ¿Podés creer que hay gente grande que compra estos muñecos horribles? Viene gente reloca que le hace culto a series japonesas de dibujitos ¡jaja!. Yo no entiendo nada...

El corazón de Francisco se rompió en mil partes. No podía culparla, quizás había puesto demasiadas expectativas en alguien que resultó ser distinta a lo que él pensaba, muy distinta, exactamente igual a las mujeres de la oficina. La chica sintió alivio al haber encontrado a un abogado con quien poder descargarse, alguien de traje, elegante, serio, maduro y seguro, con sus mismas ideas.

- Lo peor de todo fue que el dueño me pidió que me tiñera el pelo, que usara un estilo de ropa de vagabunda –¡qué denigrante!–, todo para dar una imagen “adecuada”. Menos mal que la ropa me la daba él, porque ¿quién puede usar esos disfraces patéticos? ¡Qué estupidez! ¡Lo que uno hace por un sueldo! Cuando tenga realmente mucho poder, voy a reventar a este miserable, le voy a sacar toda la guita y le voy hacer quemar toda esta basura. Quizá le haga un juicio en concepto de daño psicológico por todo lo que me tuve que bancar acá, jaja…

Francisco representaba un papel en su trabajo, ella también representaba un papel en el suyo. No había mucha vuelta que darle. Francisco tiró de un hilo muy fino esperando descubrir la esencia ultrajada de su vida, pero solo se encontró con una pared fría. Ese local y esa mujer habían cobrado un peso simbólico muy fuerte en su vida y se resistía a abandonar el objetivo al que lo habían conducido. Ahora se daba perfecta cuenta de que se había embarcado en un viaje arriesgado y que había apostado al casillero equivocado. Sin embargo, algo en su interior le daba la certeza de que estaba en el sendero correcto... Se daba cuenta de que aquella chica que él había imaginado como el estandarte de la libertad tan anhelada no lo era. Estaba seguro de que la verdadera libertad era otra cosa... exactamente lo que había hecho al sincerarse con su padre y librarse del mandato familiar. Dio media vuelta y la dejó hablando sola; sentía la urgente necesidad de despertar de ese mal sueño y de emprender su verdadero camino.

La chica miró la hora, se sentó (todavía faltaba una hora para la entrevista), siguió leyendo su libro de Derecho Tributario y pensó que Francisco era otro loco.
Logo de la extinta tienda

Corrección y modificaciones del final: Silvia. T