Música para flotar

lunes, 31 de marzo de 2014

Maradona, su clon y la mafia de la FIFA - Parte II

Logo de la Iglesia Maradoniana
La persona que me tuvo cautivo en el patio de comidas del Village Caballito y embobado por más de media hora (nunca son cinco minutos cuando se dice que algo durará “cinco minutos”), pongámosle por nombre “Pablo”, porque nunca se lo pregunté, era uno de los miembros fundadores de la Iglesia Maradoniana. Esta sí que no es una invención mía, esta sola, lo aclaro para los descreídos. Acá está la página:
https://eses.facebook.com/iglesia.maradoniana‎ (buscando este vínculo encontré un blog de otra iglesia maradoniana en Barcelona (¿se esparcirán como los Clubs de la Pelea?): iglesiamaradonianabarcelona.blogspot.com/). Uno de los actos solidarios que la Iglesia Maradoniana organiza todos los años, el día del natalicio de su eterno homenajeado, es decir el 30 de octubre, es repartir entre los pobres y humildes de la calle, no medicamentos ni alimentos, sino camisetas de la Selección argentina con el número 10 en la espalda. Les llena de orgullo semejante acto sin fines de lucro y repleto de patriotismo, y poder ver a todo un aluvión de indigentes y homeless caminando por la ciudad, portando la camiseta de la persona que más cerca está de ser Dios -para ellos, claro-. 

En una ocasión, un hombre se acercó arrastrándose. Era gordo, de pelo negro azabache, lucía una barba rala y, a juzgar por su aspecto, hacía mucho tiempo que no tenía contacto con el jabón. Al parecer era mudo y sus brazos parecían bastante inútiles, por lo que se movía con demasiada dificultad, arrastrándose como de costado. “Pablo” se agachó con la camiseta en la mano rogando que el talle le quedara bien. Entonces sus miradas se cruzaron y algo pasó…

- ¿Qué pasó?, pregunté casi al borde del paroxismo. 
- Me di cuenta de que era él… no me preguntes cómo lo supe, simplemente lo sentí. En toda mi vida no he tenido una sola certeza: cambié varias veces de carrera, de pareja, de vivienda…Siempre estuve muy desorientado… pero de eso estaba seguro: ese tipo no podía ser otro que Diego Armando Maradona. El discapacitado pestañeó como asintiendo, como diciéndome algo…
- ¿Y qué hiciste?, interrogué desconcertado. Me contestó con una pregunta:
¿Qué iba a hacer…? Lo llevé a vivir a mi casa.
- ¿Al hombre de la calle? 
- Te digo que era el Diego, posta... El que le metió el gol a los ingleses, el único tipo que amé en mi vida.
Day Lewis en una notable interpretación
que le valió el Oscar e inspiró a Pablo

Pablo, dueño de una convicción asombrosa y de un alma sumamente caritativa y altruista, llevó a vivir al “supuesto” Maradona a su casa, lo que le valió el divorcio; separación esperable dada la serie interminable de pendejadas que había llevado a cabo (a pesar de que parecía buen tipo) y que culminaron con este hecho tan extraño… Pablo investigó todo tipo de sistema para poder comunicarse con el hombre sin piernas y fue a dar con unas películas como Mi pie izquierdo, donde los protagonistas, incapaces de expresarse a través de una vía oral o escrita, configuran un lenguaje mediante alguna parte de su anatomía, como un simple pestañeo. Finalmente lo logró…pero no ahondó al respecto (¿y si lo había inventado todo?).

Años y más años estuvo Pablo transcribiendo la que con los dedos pronunció como “La Historia Oficial”, la verdadera historia de Maradona. El exjugador le contó qué fue de su vida desde aquella fiesta, sus penurias para sobrevivir y el tiempo que le llevó volver a Argentina arrastrándose desde Guatemala y escondiéndose de la ley (hecho casi imposible que -pienso- coquetea más con el Realismo Mágico que con la razón). Le dijo que durante sus viajes había sido asistido por un exempleado de la FIFA, quien, culpable por la suerte que había corrido el número uno, se propuso dar con él y ayudarlo. El que hasta hacía no mucho tiempo trabajaba codo a codo con Havelange, había sido despedido por negociar con el presidente de la Asociación de Fútbol Argentina (AFA) el descenso de uno de los clubes más importantes y legendarios de la historia: el Club Atlético Independiente.

La persona expulsada por el mal desempeño de sus funciones, le contó que un impostor se había adueñado de su vida (como en la película El quinto elemento con Arnold Schwarzenegger cuya trama confunde astutamente al espectador, a punto tal que, en un momento determinado, uno no sabe si el que disfruta de la familia es el protagonista o su clon). Y también le aseguró que ya no tendría manera de recuperarla, que tendría que aceptar las cosas como eran. Juntos llegaron a la Argentina en un barco filipino y Diego tuvo que dedicarse a lo único que una persona en sus condiciones podía hacer: mendigar. Encima se quedó solo, porque su único compañero había muerto de cáncer de mama. 

- ¿Entonces era una mujer?, le dije con tono de reproche, como mostrando que se había equivocado. 
- Es difícil de explicar… era una especie de “empleadatrón”
- ¿Qué cornos es eso?
- Una especie de trabajador robótico y humano que a la vez comprende ambos sexos… o sea, tiene la inteligencia y velocidad de una máquina pero padece indistintamente de enfermedades masculinas o femeninas… Otro intento fallido de la FIFA por conquistar el mundo… Entonces comenté: 
- ¡Qué raro todo esto que me estás contando, che...!

Tiempo después, Maradona, que guardaba en algún lugar de su memoria la existencia de la Iglesia Maradoniana y de las donaciones de camisetas en las plazas céntricas, logró llegar a una y aguardar que esa noche de su cumpleaños (ya ni sabía en qué día vivía) pudiera “conectar” con alguien, que alguien de la organización se fijara en él y se preguntara o viera algo distintivo en su persona… o en lo que quedaba de él. Y eso fue exactamente lo que pasó. Realmente parece una novela. Maradona vivió varios años en la casa de Pablo, cómodo y bien atendido, pero como recompensa por todo la confianza que este muchacho había depositado en él, mendigaba por la zona de Recoleta (Pablo lo llevaba en su coche y de ahí se iba a trabajar). 
- Esta es la última foto que tengo de él… murió hace unos años (una lágrima rodó por su mejilla). Me la extendió y quedé helado… ¿Era Maradona realmente o alguien muy parecido? Tenía la camiseta nacional y su cara redonda era inconfundible… Estaba tirado en el piso y le faltaban las piernas, tal cual me dijo. Las manos habían sido reparadas mediante cirugía, pero ¿era?… 
El lamentable estado de Maradona, años antes de morir
¿Cómo podía dudar de alguien que había dedicado tantos minutos de su vida a un extraño, o sea yo, solamente para contarle esta historia, y con verdadera fruición? El relato fue sin dudas elaborado, repleto de detalles y casi no tenía huecos… En todo caso, ¿era la verdad? Le pregunté cortésmente si podía tomarle una foto con mi celular a la imagen y luego de titubear unos segundos aceptó. Me dijo: “Te dejo hacerlo solamente porque es necesario que esto se sepa.” Apenas lo hice, arrebató la foto de la mesa con gesto firme y me dijo que tenía que irse. La simpatía parecía haberse acabado. Le pregunté si no le daba bronca que existiera un ser falso haciéndose pasar por el original. Me dijo que en cierta ocasión lo rastreó y habló con él y estaba tan bien programado -hasta por encima de su conciencia e inconsciencia-, que ese doble creía firmemente ser el auténtico. No había nada que hacer con él… En definitiva, no era su culpa.
Me pidió que investigara y difundiera su versión que, según él, los fraudulentos manejos de la FIFA se encargaban de silenciar. Yo quedé solo en la mesa del Village, como agotado. La gente pasaba indiferente por delante de mi mesa con sus bandejas de Burger King repletas de comida, mientras yo meditaba que por más que fuera cierta o falsa, había una nueva historia que el mundo tenía que conocer. Y es esta.

CORRECCIÓN SILVIA T

miércoles, 19 de marzo de 2014

Maradona, su clon y la mafia de la FIFA - Parte I

Una fotocopia del DNI de Maradona
Era una tarde agradable de sábado cualquiera y yo estaba volviendo de San Telmo en el colectivo de la línea 103. Sentado al lado de la ventana, compartiendo el otro asiento con una anciana, el viento me aportaba una sensación muy placentera en la cara. Sumergido en la lectura del libro que llevaba, no me percataba -como siempre- de lo que sucedía a mi alrededor. Pero la frase que escuché a mis espaldas rompió en absoluto mi concentración. Las palabras que sonaron desde el asiento de atrás nublaron mi vista, aflojaron mis manos y sentí algo parecido a la desesperación en la garganta. La frase volvió a sonar de vuelta: “Maradona está muerto”. Cerré el libro y me propuse seguir escuchando lo que un joven le decía a otro.
El autor de semejante sentencia se proponía convencer al otro que, más enojado que incrédulo, no caía. Al parecer, su argumento ya se lo había referido, pero insistía en que hacía muchos años el astro había fallecido y que el que ahora conocemos es un clon, una suerte de autómata configurado a partir del ADN del original. Yo no podía creer lo que estaba escuchando. Estábamos por la calle Moreno a la altura del Hospital Español. El incrédulo, levantándose, le dijo: “Sos un bolacero chabón, nos vemos mañana. Acordate de traerme los botines”.
Yo ardía de curiosidad… No es que fuera fanático de Maradona ni mucho menos, pero me sonó tan irreal que me atraía como un árbol lleno de miel a un oso hambriento. El colectivo tomó por Rivadavia, y mi temor de que ese loco o visionario se bajara me desesperaba. No aguanté más y me di vuelta. “Disculpame… mirá, no quiero ser metido… pero escuché un poco de lo que decías antes… y…”; no llegué a terminar la frase que, para mi grata sorpresa, él continuó muy amigablemente diciendo: “Sí, sí, lo de Maradona”... “Eso…” Me quedé helado, no supe qué más decirle y el joven, que aparentaba unos 45 años y vestía con ropa deportiva de un club europeo (creo que del Manchester City), me dijo lanzado: “Si tenés cinco minutos te cuento algo que no vas a poder creer”. Y resaltó pausadamente la parte de “no vas a poder creer”. Lo primero que sentí fue miedo; me dije: “este me va a robar”. Pero más que el libro y algunos pesos no tenía. Su entusiasmo además valía la pena de afrontar cualquier riesgo. ¿Y si estaba loco? Si estaba loco seguro era un loco inofensivo. Igualmente, como no dejo de ser un porteño desconfiado, propuse el Village (lugar transitado, luminoso y con seguridad). Él aceptó con agrado. Parecía encantado de hallar a alguien no solo dispuesto a escucharlo, sino también interesado en su historia.
La fachada del Village Caballito
Bajamos del colectivo, entramos y subimos por la escalera mecánica. Me preguntó a qué me dedicaba. Le dije escuetamente que era profesor de Literatura. Me contestó “genial, tenés la mente abierta, me vas a creer”. Esta última parte me hizo suponer que su cantinela desbordaría de fantasía… pero siempre me gustaron este tipo de personajes extraños, que rozan lo border. No me arrepentiría en toda mi vida de prestar atención y tiempo a lo que me iba a contar...

Voy a tratar de ser lo más fidedigno a su relato y referirlo tal cual él me lo contó. Por supuesto que voy a recrearlo según mis palabras -prometo reforzar la objetividad-, pero en este caso, como decía Mc Luhan, el medio fue -una vez más- el mensaje. No me demoro ya, ahí va la historia:

En el Mundial llevado a cabo en Estados Unidos en 1994, a Diego Armando Maradona, emblema nacional -guste o no-, el control antidoping le dio positivo dejándolo fuera de la Selección, perjudicando su imagen en el mundo entero y arruinando un futuro brillante como el mejor jugador de todos los tiempos. 
En aquel momento, “El Diegote” brindó una conferencia a un grupo innumerable de periodistas de todos los países negando en toda ocasión los resultados del examen y acusando a la Federación Internacional de Fútbol Asociados (FIFA) de haber cometido un grave error. Es de conocimiento público que, desde el origen, la relación entre el jugador y la Federación fue tirante: Diego atacó siempre y sistemáticamente los manejos fraudulentos de su responsable máximo, Joao Havelange. En la misma conferencia de prensa, Maradona deslizó una de las frases más memorables de todos los tiempos, una de las frases futbolísticas de mayor resonancia mundial que, metafóricamente, delataba la situación adversa que tanto él como persona, la Selección como equipo y el país como hogar estaban sufriendo: “ME CORTARON LAS PIERNAS”.
Lo que el ciudadano común no sabe, aunque lo sospeche, es que la mayoría de los rumores que manchan y desprestigian a la FIFA son ciertos. El organismo a cargo de manejar el deporte más masivo del mundo es una de las organizaciones mafiosas más truculentas de la historia.
El control de antidoping a Maradona en el mundial de USA efectivamente fue adulterado, con el objetivo de destruirlo; los grandes cabecillas tenían un odio personal y sanguinario contra su persona. Sin embargo, las palabras de la conferencia de prensa no pasaron desapercibidas. Cansados de los ataques y las groserías del 10, la noche del famoso examen de orina, luego de una junta que empezó siendo festiva para celebrar el hecho pero que fue tornándose áspera debido a las palabras agresivas del jugador, los oscuros mecanismos de la FIFA se pusieron en marcha. Analizaron cada una de las palabras y la frase “Me cortaron las piernas” era demasiado jugosa como para no aprovecharla… Esa noche, un comando integrado por cuatro personas vestidas íntegramente de negro, comandadas por un tal “Bill”, irrumpieron en la habitación donde el astro del fútbol dormía luego de una noche de excesos. Diego Armando no se dio cuenta de que le inyectaron en el brazo una extraña sustancia azul y que posteriormente fue cargado en los hombros de uno de los misteriosos hombres de negro...

El patacón de Vicky Donda que apareció en su boca
Diego Armando Maradona apareció en una zanja guatemalteca, medio muerto, sin piernas y con el rostro bastante desfigurado. Su lengua había sido arrancada y en el interior de la boca le habían colocado un billete, específicamente un bono patacón. Y esto resultaba curioso, puesto que aún no existían. En un claro, pero siniestramente irónico, acto mafioso. Sus brazos estaban parcialmente quemados y la famosa “mano de dios” carecía de dedos. Le habían tatuado el rostro de Havelange en uno de sus testículos (que con tanto vello púbico, más bien parecía Osama Bin Laden). Este ensañamiento parecía demasiado desaforado… pero compensaría los actos amorales del otro… del clon que habían creado a partir de la sangre del original y que, lamentablemente para ellos, había salido perfectamente idéntico, en mente y cuerpo. La noche en que lo secuestraron, los científicos de la FIFA hicieron una proyección aproximada de la vida de Maradona en sus próximos veinte años, a partir de ciertas células de su cerebro; y la computadora les arrojó datos sumamente desagradables, aunque nada sorprendentes: “tendría más hijos a los que no reconocería, continuaría casi sin pausa su adicción a las drogas y a los excesos, descuidaría a su familia, conduciría la Selección Nacional de fútbol y fracasaría estrepitosamente como otros clubes…” En ese momento lo frené con una duda. Creo que él también necesitaba tomar un poco de aire y lubricar con saliva su garganta reseca. Le dije que no me cerraba el tema de los tiempos… y le pregunté por el verdadero Maradona. El tomó aire, sonrió guiñándome un ojo y prosiguió...

Luego de la conferencia que el verdadero Maradona le brindó a los medios en Estados Unidos luego de que se supo lo de su doping, volvió muy ofuscado a su habitación… Caminando lentamente a su lado lo acompañaba su representante histórico: Guillermo Coppola. Entraron a la habitación 696 y se sentaron en la cama. Diego se tomó la cabeza con las manos y rompió a llorar. “Guillote” lo abrazó como quien abraza a un hijo muy decepcionado. (A lo largo de todo su relato yo me preguntaba cómo este hombre sabía todo esto… La respuesta sería sorprendente). Luego de un rato, el abatido recuperó su compostura y le dijo a su compañero: “esta noche organizame la fiesta más grosa de todas. Minas, chupi, merca, que no falte nada. El Diego paga. Pero antes quiero llamar a la Claudia y a las nenas que deben estar preocupadas”. Coppola sabía que eso lo invitaba a retirarse; así que agarró su agenda para hacer unas cuantas llamadas y lo dejó al jugador en la cama con el teléfono en la mano. 
Solo una postal de la inmensa celebración

La fiesta fue IMPRESIONANTE. Tanto que, por lo que escuché, necesitaba poner todo el adjetivo en mayúscula, cada una de sus letras. La de Peter Sellers parecía una celebración amateur al lado de esta, en donde no faltaron, pole-dancers, espectáculos con enanos, drogas y alcohol por doquier, coreografías con lluvia de espuma y purpurina por parte de una compañía de danza árabe de Brodway y hasta los Rolling Stones, quienes accedieron gustosos a la invitación, e interpretaron temas pedidos por el anfitrión ante más de quinientos invitados. Entre ellos se encontraban: Kim Basinger, Jacobo Winograd, Robert de Niro, el rector del colegio San Marto de Turs, Fidel Castro (nadie sabe cómo entró a EE.UU. y menos aún cómo volvió a Cuba), Arturo Puig, el escritor Chuck Palahniuk, Alcides y un jovencito llamado Ricardo Fort. Para semejante orgía de emociones, medio Sheraton de Miami fue reservado; y los concurrentes, alcoholizados y fuera de sus cabales tuvieron sexo en los corredores, contra las paredes, en las camas y hasta en la inmensa pileta de la terraza, llenada con agua de la delicada agua francesa Evian (cuyo piso estaba pintado, para la ocasión, con los colores del club Boca Juniors). 
Al otro día, a media tarde, Guillote fue a despertar a Diego y el jugador abrió la puerta con cara de dormido. La habitación estaba igual a como la recordaba en la mañana, cuando lo acostó en la cama, en un estado francamente deplorable. Era impensable, desde cualquier punto de vista, que Coppola supiera o al menos sospechara, que quien acababa aparecer ante él ya no era el verdadero Maradona, sino un clon de Maradona. De hecho, al hombre de cabello canoso le llamó la atención verlo tan recuperado a pesar de las lagañas. Diego le había pedido una fiesta y ¡vaya que la había armado como correspondía! Estaba orgulloso de su trabajo y de marcar tanto la vida de alguien. 
A partir de acá empieza la vida o, más bien, continua tal cual la conocemos… o tal cual los medios nos hicieron creer que la conocíamos. Pero lo cierto es que el que vivió esa vida desde el Mundial del ´94 fue un impostor, un autómata confeccionado a imagen y semejanza del más grande…

- ¿Vos cómo sabes todo esto?, le pregunté devorándolo con los ojos, maravillado por su relato. Me miró a los ojos y encontró un brillo que supongo le habrá dado suficiente confianza para la revelación, porque tragó saliva, cerró los ojos, miró en dirección al cielo y me dijo muy suavemente: “Me lo dijo el mismo Maradona…, el real…, El Diegote”.
(CONTINUARÁ)

CORRECCIÓN, PACIENCIA, Y PULIDO: SILVIA. T

miércoles, 5 de marzo de 2014

La chica Subway

El mostrador característico de un Subway
La chica, de nacionalidad norteamericana, estaba siendo maltratada en Subway por uno de sus empleados. Subway es una cadena del país del norte que propone una alternativa algo más sana al mercado del
fast-food: sándwiches con vegetales naturales y ensaladas. En una nación donde la tasa de obesidad es tan alta, un lugar así resulta casi necesario para darle un respiro al colesterol y a las hamburguesas. 
    Pero volvamos a la chica en cuestión. Desde que abrió la puerta con cierta actitud meditabunda y gesto más de temor que de hambre, uno ya podía suponer lo que iba a pasar. Esa máxima que dice que "como te ven te tratan, y si te ven mal te maltratan", de la que la diva de los almuerzos hace uso y abuso, suele suceder en múltiples ámbitos de la vida (por ejemplo, en un examen final en la universidad); y en este caso, no era la excepción. Hay muchas maneras de incomodar a una persona: la falta de paciencia, la incapacidad para ponerse en el lugar del otro y el desinterés también pueden ser formas de maltrato. Hay quienes no dejan pasar una; y hay otros que se acostumbran a estar en baja y recibir de uno y otro lado.
  La chica era de contextura regordeta, portaba unos ojos celeste-agua impresionantes, su cabello era muy rubio y el rostro, tapizado de pecas. Además, llevaba una vestimenta de colores chillones que la delataban necesariamente como turista. Una turista de Estados Unidos; país que, siendo honestos, no nos genera mucha simpatía. Aunque siendo todavía más sinceros, no somos muy amables con los extranjeros de ningún lugar. Vestía una remera flúor, como el color de los resaltadores amarillos, y vaqueros azulados acortados a mano,
cuidadosamente desprolijos. Su mochila no llegaba a ser enorme como la de aquellos que van de campamento, pero tampoco era pequeña. Tenía cerca de diez cierres. Sus zapatillas, que eran de la marca de la pipeta, eran verde manzana, con una suerte de entramado de redes muy peculiar, modelo que estas tierras aún no han conocido. La joven se dirigió a pedir su sándwich. Si bien la modalidad de atención es la misma en todo el mundo, no contaba con el humor de los empleados del Subway de Bartolomé Mitre y Diagonal Norte...(o era el de Azcuénaga y Sta.Fe...o el del Village): unos wachiturros resentidos de cuarta. 
El delicioso sub de atún
   Yo estaba sentado en una mesa del salón comiendo mi "Sub del día", que era el de atún, y al decir esto informo de rebote que era viernes. Como siempre, elegí el pan con orégano con queso Parmesano, queso Cheddar en su interior y no el blanco y, por supuesto, tostado. Luego pedí que le agregaran tomate, aceitunas negras, ají y cebolla. Para concluir, opté como condimentos -como siempre- por la salsa Barbacoa y un poco de Ranch. Esto que acabo de describir, que parece tan mecánico, puede resultar un problema si uno está en otro país y no maneja bien el idioma como la blonda, que miraba espantada al empleado ante la pregunta "¿qué tipo de queso querés?". Yo tuve la intención de levantarme para auxiliarla, pero por pereza, argentinidad o porque no había mesas en el salón y tenía miedo de que los que circulaban con sus bandejas en la mano me la usurparan, no moví un dedo y me quedé expectante a ver cómo transcurría la escena. Todo sucedió en un par de minutos igualmente, lo que pasa es que, al narrarlo yo y leerlo vos, ambos le agregamos una densidad temporal un tanto más espesa... ¿Será eso o es que quizás quiero aliviar el sentimiento de culpa por mi falta de solidaridad? Pero ya iba a poder remediarlo en unos instantes también...
La página de la cadena te enseña
cómo efectuar el pedido
     Ella estaba de espaldas a mí y era enternecedor o desesperante cómo señalaba con sus deditos los ingredientes que quería. El encargado de suministrarle los vegetales ya había perdido la paciencia y ni estiraba su brazo. Esperaba que ella dijera lo que quería en un español, de ser posible, argentino y porteño. Los empleados se miraban entre sí, luego a ella y se reían. Ella balbuceaba palabras y yo veía que su cuello estaba rojo por el calor, los nervios, la presión... y seguramente escuchaba la voz de su padre diciéndole (en inglés, claro): "No vayas hasta que no domines el idioma con fluidez". Pero ella siempre había sido la rebelde de la familia: pensaba inocentemente que el no entender ni poder comunicarse no iban a ser impedimentos cruciales... pero viendo lo difícil que le resultaba comer un sándwich de jamón y queso se arrepintió, nuevamente, de su impulsividad. Su orgullo era demasiado grande, y seguramente esta sería una anécdota que nunca llegaría a oídos de los demás o, a lo sumo, sería una anécdota modificada, un recuerdo perfecto donde ella no había tenido inconveniente alguno. 
     Cuando llegó a la parte de pagar, ya no le importaba nada. Extendió un manojo de billetes antes –incluso– de que le dijeran cuánto era lo que debía abonar. Por suerte, con la bebida no tuvo dificultades: simplemente dijo "regular Coke" y la cajera le colocó una botellita de Coca común en la bandeja. La mujer recibió todo el dinero que le entregaba, sacó el que correspondía y le devolvió lo demás. Ella lo guardó sin contarlo, sin mirarlo, ya que lo único que deseaba era alejarse de esos empleados que la habían humillado, y sentarse por fin a comer, luego de tantas horas de caminar por el Microcentro. 
Lo que la chica hubiera necesitado
     Pero ahora empezaba otra desventura: no había lugar para sentarse. Realmente esta es una franquicia en un local pequeño para la zona en que se encuentra. Aun más, considerando a las personas que van solas y se sientan en mesas para cuatro. Yo me mordí los labios y la miré compungido. Ella me miró y le sostuve la mirada al tiempo que levantaba mi mochila del asiento que estaba ocupando en la silla frente a mí y corría el libro que descansaba en el otro extremo de la mesa. Para ayudarla a que se decidiera, le hice un gesto similar al que uno hace para llamar a un mozo. Caminó entonces hacia mí y se sentó. Sin mirarme a los ojos, me dijo: "Thanks", pero inmediatamente agregó un forzado "Gracias". Yo ya estaba por irme; había acabado mi comida y estaba a punto de higienizarme las manos con mi alcohol en gel de Farmacity, con fragancia a Aloe Vera. Pero si lo hacía, temía que lo tomara como un rechazo o algo así. 
Sentí que debía encontrar un tema de conversación y entonces le dije, con mi pobre nivel de inglés, que era profesor en Lengua y Literatura y que les estaba dando un curso de Literatura Hispanoamericana a unos alumnos yanquis de la Universidad de Charlestone (no dije yanquis, claro). 
     Ella pareció entenderme parcialmente, lo que indicaba que mi pronunciación no era tan mala como lo suponía. Luego, intentó decir cosas en español y las iba mechando gradualmente con el inglés, pero viendo que no resultaba y que la mezcla era más confusa, empezó a hablar solamente en su lengua. Hablaba muy rápido y yo le decía: "Speak slowly, please" (“Hablá más lentamente, por favor”). Pero ella no hacía caso. Al final, pensé que se merecía no haber sido entendida antes. De repente, sin dejar de hablar, empezó a señalarse a sí misma. Yo la miraba resignado... y ella parecía encolerizarse más y más. No sabía qué me estaba diciendo y se me estaba haciendo tarde ya. Amagué con pararme y ella me sujetó por un brazo y me forzó a permanecer quieto. Luego, consciente de su movimiento, me dijo: "Sorry, sorry". Se agachó y buscó algo en su gran mochila, que estaba en el piso. Sacó un carnet, una identificación, un documento o algo así. Me lo extendió con los ojos muy abiertos. Me pareció que estaba un poco loca. Lo tomé y vi que en la foto se la veía muy joven, leí sus datos y reparé en su nombre: Jennifer. K. Subway
¿Volverá en forma de sándwich para vengarse? 
   La miré asombrado, mientras ella decía: "Yo Subway, mi papá Subway". Entonces tragué saliva y creo que entendí todo: ¡ella era la hija del dueño de la cadena! Sí, esa chica rubia, gordita, maltratada... era la heredera de una de las casas de comida rápida más extendida del planeta. "Subway cuenta con más de 37.100 establecimientos repartidos en 98 países, lo que la convierte en la mayor franquicia del mundo en número de establecimientos”, según Wikipedia. Me sentí muy impactado y, como impulsado por un resorte, me puse de pie, le devolví la tarjeta plástica y salí del local... Mientras me alejaba, iba pensando en lo que podría llegar a pasar con las franquicias de Argentina cuando ella se convirtiera en la dueña de tan fabuloso negocio... 

CORRECCIONES, AGREGADOS Y CONFIANZA PLENA: SILVIA. T