Música para flotar

lunes, 28 de julio de 2014

El GPS de Ramiro

Una imagen de la novia de Ramiro 
Ramiro, primero un vecino de Almagro, luego un ávido visitante de este blog y por último un gran amigo vía mail –ya que nunca nos hemos visto en persona, pero hemos compartido grandes conversaciones por correo electrónico- me contó en una oportunidad que estaba cansado de sentir celos por la conducta de su novia. Al parecer, ella era una chica bastante llamativa que donde fuera generaba dobladuras de cuellos, suspiros, alteraciones sanguíneas y demás desórdenes masculinos. 

¡Ojo!, a Ramiro le gustaba que ella fuera así, pero no podía evitar padecer unos temores tremendos cuando ella salía con sus amigas los sábados a la noche o cuando lo hacía con sus compañeros de oficina (era bancaria), los viernes luego del trabajo. Ella le juraba fidelidad, pero él tenía el corazón bastante quebrado por múltiples decepciones amorosas (en criollo: lo habían cagado siempre) y era incapaz de volver a creer ciega y totalmente en una mujer. En su parcialidad sonreía y hacía de cuenta que estaba todo bien, pero cuando caminaba con ella de la mano por la avenida Rivadavia y los hombres pasaban a su lado y la devoraban con los ojos –a punto tal que le decían piropos o tragaban saliva ante su presencia– se mortificaba de una manera terrible. Entonces, ella detenía su andar porque ya adivinaba la sensación de su novio, y le decía que lo amaba, que no tenía por qué preocuparse, que ella estaba enamorada de él y de nadie más… y cerraba esa micro conversación motivadora con un caluroso beso. Pero si a ella le calentaba alguien más, ¿cómo podía saberlo?

Los amigos de Ramiro siempre le decían que su novia estaba más buena que comer pollo con la mano (a él eso le parecía sumamente desagradable y no encontraba el sentido de la metáfora), pero cuando cambiaba el semblante, lo abrazaban en conjunto y le decían que era una broma, que no se preocupara, pero que mantuviese una actitud alerta…porque la chica, pulposa, desafiante en su andar y provocativa en su vestir, parecía una actriz porno.

Ramiro, que padecía un tremendo problema de autoestima y era sumamente inseguro, en parte por los sistemáticos abandonos de sus anteriores novias, vivía intranquilo y amargado. Él tenía tan en carne viva el asunto que lo desarrollaba o al menos mencionaba en cuanta conversación lo tuviera presente. En los mails siempre le dedicaba uno o dos párrafos para el asunto (“No sabes lo que me pasó el otro día, fuimos a comprar pomelos y el verdulero…” o “Ella me lo hace a propósito, me insiste diciendo que no, pero le encanta jugar a ser una diva a pesar de que me hace muy mal…”). Es loco, pensaba yo, todo lo que uno soporta por “amor”. Luego lo pone en una balanza y termina perdiendo por goleada en el partido de los sentimientos.

Nunca me dijo bien de qué trabajaba o nunca lo entendí, creo que en un laboratorio… pero en dos o tres ocasiones, cuando le dije de ir a tomar un café –porque fuera del tema de su chica, Ramiro era, por lo que deducía de sus correos, sumamente interesante, gran lector, apasionado del arte, dueño de puntos de vista agudos sobre las cosas, crítico de la política– siempre me decía que estaba ocupado, que ya encontraríamos la ocasión (debía hallarla él, puesto que yo era el que sugería el encuentro). Tal vez, pensaba yo, se había expuesto tanto con el tema de su novia que sentía una honda turbación porque yo lo conociera y pudiese hacerlo sentir humillado.

Me dijo que había llegado a mi blog por casualidad y que entraba siempre porque le gustaba el punto de vista border (esa palabra dijo) desde donde encaraba las cosas. Me sentí contento. Nunca pensé que Ramiro pudiera ser materia de este blog, pero hace una semana recibí un mail suyo cuyo asunto era: “Resolví el problema de los celos”. Más por curiosidad que por otra cosa, abrí al instante su correo viajando en el 132, mientras iba a buscar a mi hermana al colegio, en Paraguay y Callao.

Yo no sé si será una broma o qué, pero no puedo menos que relatar lo que me contaba. Hay casos, donde la realidad supera –a veces ampliamente– a la ficción, y este era uno de esos, por lo que mi sentido literario entró en alerta y como siempre, no supe si me enfrentaba a una genialidad o a una tremenda y completa estupidez.

Un prototipo aproximado del GPS 
Ramiro, que desde el primer momento se declaraba un obsesionado por los celos, había encontrado la solución a su tara. No había consultado a un psicólogo o a un terapeuta. Tampoco había ingerido drogas (a ciencia cierta, esto no lo sé) o sustancias para 'limpiar' esas ideas de su cabeza. Tampoco la chica había cambiado sus maneras felinas para pacificar el alma torturada de su novio. No, Ramiro había inventado un GPS (Global Positioning System), es decir un dispositivo que permite determinar la ubicación precisa de algo… o de alguien. “Este loco va a perseguir a la chica”, pensé.  

Pero esto no era lo más sorprendente. Ramiro había creado un GPS algo peculiar, primero porque se ubicaba discretamente en la bombacha de la novia. Decía que era fino como una hoja, que era descartable y que no solo le indicaba a él con exactitud el lugar donde ella se encontraba, sino que además le había agregado un sensor de temperatura y humedad para descubrir si ella llegaba a experimentar algún… calor con alguien que no fuera él. El GPS además podía distinguir los flujos naturales, así como la sangre en los días que le venía de otras sustancias, propias… o ajenas.

"El microchip desmontable"
Este aparatito, que yo imaginaba como una feta fina de queso mientras viajaba con hambre hacia Recoleta y hacía esfuerzos locos para no caerme en un colectivo lleno de gente, tenía por si fuera poco un microchip desmontable que podía enchufarse al puerto USB de la computadora. Una vez hecho esto, un programa diseñado especialmente para identificar los datos del GPS se abría, daba un detallado informe de la actividad del día: horarios en que el estado de temperatura había cambiado, lugares recorridos, cantidad de minutos en cada lugar, alteraciones sanguíneas, detección de elementos extraños...y la lista seguía. 

La falta de información me hizo pensar que todo era un bolazo de cuarta, una fantasía absurda, pero el tono era seguro y convincente, como el de un loco. Estaba encantado con su invento y temía que su novia se diera cuenta y terminara dejándolo; situación adversa a la planeada (¿o era una sutil y lenta venganza?). Ramiro, que tenía una sed de gloria tremenda (recordemos que tenía baja autoestima), sospechaba vagamente que esta era la creación más importante de los últimos años en el mundo y que terminaría por hacerse rico y famoso. Él amaba a su gatúbela compañera, pero en la posdata del mail decía exactamente esto: “¿Te imaginas la cantidad de minuchas que puedo “pegar” con esto?”. Todo era un poco raro y más leyéndolo en un colectivo y pensando en cualquier otra cosa… que es lo que pasa cuando uno lo hace mientras se encuentra en una actividad determinada. ¿Qué podía pensar de lo que me planteaba?

No le contesté el mail y él no me escribió de nuevo. No sabía si felicitarlo o mandarlo a… ¿Acaso me estaba tomando el pelo? ¿Y si no?, ¿y si el tipo era un genio que creaba cosas geniales o inútiles? Quizás había mentido todo para “limpiar” su nombre, pero ¿con qué necesidad? O quizás quería competir con la verosimilitud exacerbada de mis escritos (pero en ese caso, ¿por qué no se hacía un blog y hablaba de sus inventos?). Cinco preguntas en casi cinco renglones era demasiado.

Me bajé del colectivo pensando que este GPS, de existir, le generaría muchísima más paranoia y dependencia. No sé si era una idea tan buena, al final de todo… Mi hermana, a lo lejos, me saludaba con la mano y mientras llegaba en ese mediodía soleado pero ventoso, yo ya estaba pensando en cómo iba a relatar esto...

CORRECIÓN Y CONFIANZA CONTRA VIENTO Y MAREA: SILVIA T.