Música para flotar

miércoles, 21 de enero de 2015

Despedidas S.A

Una despedida muy "emotiva"
La escena era conmovedora: casi una docena de personas despedían a Agustín en la Terminal de Ómnibus de Retiro. Prácticamente uno podía reconocer a sus padres, abrazados con dulzura y cierto brillo en los ojos; a sus hermanos, algo molestos y haciéndole gestos obscenos; a su novia, que le tiraba besos y con la mano le pedía que la llamara al llegar; a algunos amigos, algo indiferentes, hablando entre sí; y a la abuela, que completaba la escena hablándole a través del vidrio, como si Agustín pudiera entenderla letra por letra. 

El micro salía ya de la Terminal cuando me presenté y felicité a mi eventual compañero de viaje por su familia y sus afectos. Rara vez había presenciado una despedida tan emotiva y numerosa. En general, a mí nadie iba a despedirme, y esa situación –debo admitirlo- me generaba cierta desazón. Él respondió a mi saludo con cara de pocos amigos -ahí supe que se llamaba Agustín-, me agradeció con un gesto cortés pero algo antipático (distante, para ser más exacto) y se colocó prontamente unos auriculares rojos marca Sony en los oídos. Quedé algo perplejo por su frialdad, saqué de mi mochila la novela que llevaba y me enfrasqué en su lectura. Tenía varias horas de viaje por delante y ‘2666’, de Roberto Bolaño, tiene más de mil páginas.

Llegamos a destino según la hora prevista. Bajamos todos los pasajeros, con esa ansiedad tan propia de quienes han estado sentados demasiado tiempo. Luego de recoger mi equipaje, “Agustín” me entregó una tarjeta y se fue caminando bastante apurado. La guardé en un bolsillo, como un acto reflejo, y me dispuse a encontrar un taxi que me llevara al hotel donde debía dar esa serie de conferencias. 

Mientras el coche zigzagueaba por las calles del pueblo, me acordé de la tarjeta y la saqué. Era blanca, de un papel elegante, algo brilloso, y en el centro se leía “Despedidas S.A.” y abajo, un teléfono. A simple vista me pareció una estupidez, una cargada. En aquel momento, no relacioné para nada ese pedacito de cartulina con la despedida que había presenciado antes de comenzar el viaje. 

Una semana más tarde, cuando volví a casa en una noche de domingo, ya bastante aburrido de leer las conferencias digitalizadas del congreso en el que había participado, recordé la tarjeta. Llamé. 

– Si conoce cómo funciona la empresa, marque 1; si quiere hacer un reclamo, marque 2; si es la primera vez que llama, marque 3; para otras consultas, marque 4. 

Marqué el tres y una música algo pretenciosa entretuvo mi impaciencia, creo que era Wagner. Al cabo de unos segundos me atendió un ser humano.

– Bienvenido a Despedidas Sociedad Anónima, mi nombre es Juan Carlos, ¿con quién tengo el gusto de hablar?
Empleados de la empresa en pleno trabajo
Algo impresionado por escuchar toda esa presentación sin que el operador tomara un poco de aire, le dije mi nombre y prácticamente nada más. Entonces, Juan Carlos tomó la posta y se explayó contándome que la Compañía se encargaba de “armar” despedidas. 

– ¿Cómo armar despedidas?, le pregunté algo brusco. 

– Sí, señor. Por ejemplo, usted se siente solo o triste o no tiene a nadie que lo vaya a despedir antes de efectuar un viaje... bueno, nosotros ofrecemos un momento único, ponemos a su disposición una persona o las que quiera para que esa ocasión sea conmovedora y para que la gente a su alrededor compruebe lo popular y estimado que es. 

– Me parece aberrante el servicio que brindan, le chanté con toda crudeza. Pensé en “Agustín” y recién ahí entendí toda esa maravillosa, pero ficticia, ceremonia del adiós. Claro, era joven y, como todo joven, padecía inseguridades que tranquilamente podrían haberlo llevado a contratar este tipo de asistencia. 

– Con todo respeto, señor, esta empresa tiene una función social positiva que busca superar un momento que es, muchas veces, incómodo o insoportable para personas que no tienen afectos reales o no cuentan con nadie que los acompañe... 

– Como una prostituta, lo corté en tono irónico. Mi comentario no le agradó ni un poquito porque me contestó: 

– ¿Le gustaría contratar un servicio o desea que le aclare alguna otra duda? 

Claramente me quiso sacar de encima.

– Disculpe Juan Carlos, pero reconozca que es raro lo que proponen. Era evidente que él no podía mostrarse de acuerdo conmigo, en contra de los intereses de la empresa a la que representaba. Entonces, bajé la guardia y le dije que quería contratar un servicio. Suelo realizar varios viajes por mes y, más allá de toda frivolidad, me sentía algo curioso de ver cómo funcionaba. 

– Aguarde en línea, por favor.

Esperé. Me quería burlar un poco más de ellos. Otra vez la musiquita… Parecía pop prefabricado para adolescentes. Una jovencita con tonada colombiana interrumpió, por fin, la insoportable melodía. 

– Buenas tardes señor, mi nombre es Paula y mi compañero transfirió la llamada porque usted quiere contratar una despedida. ¡Enhorabuena! 

De inmediato, reflexioné: ¿quién dice “enhorabuena” en pleno siglo XXI? El “buenas tardes” había quedado tan lejos de todo lo que dijo después, que corresponder al saludo ya me parecía irrelevante. Más aún, considerando que eran cerca de las ocho de la noche y me había dicho “Buenas tardes”… ¿Quizá prueba de que la chica con acento colombiano estaba tercerizando la llamada, dado que su país tiene dos horas menos en relación a la hora argentina? Le dije que era correcto, que estaba interesado y que me gustaría conocer las opciones. 

– ¿Qué anda buscando? me preguntó maquinalmente. 

Yo no sabía qué responderle... Entonces, para ganar unos segundos, contesté con otra pregunta (pregunta que seguro estaba harta de escuchar): 

– ¿Qué es lo más pedido... en general?

 "Abuela" del catálogo de Despedidas S.A.
Sin denotar apuro alguno me contó, casi como una infidencia, que las despedidas más solicitadas incluyen una «novia» y habitualmente una «abuela», porque mucha gente nunca conoció a la suya o porque el recuerdo que tiene de ella la convierte en un «personaje insustituible». 

– Ah, personajes… Entonces, tal como me imaginé, ustedes son una especie de actores... 

– Somos profesionales en despedidas y nos adaptamos a los pedidos de cada uno, según sus preferencias. 

Inquirí por ellas y su pacientes explicaciones mantuvieron cierta cohesión, considerando lo extensas que eran. 

– Por ejemplo, si usted quiere contratar la despedida con «pareja», puede no solo elegir el aspecto de la persona (su edad, color de pelo, vestimenta, etc.), sino también agregar besos y abrazos, por un costo adicional. Una vez que las pautas han sido establecidas, designamos los candidatos que seleccionamos de nuestra base de profesionales, priorizando siempre las predilecciones del cliente y aplicando un criterio detallista y meticuloso para su satisfacción. Contamos con gente de variadas etnias para cubrir todas las eventualidades. 

Yo estaba asombrado por lo que escuchaba, todo parecía tan irreal… y, sin embargo, me sentía a la vez inmerso en cada potencial situación, como en una dimensión paralela pero posible. Sin duda, estaban preparados para persuadir a los escépticos. La chica continuó: 

– Cada rol tiene su precio, y la despedida empieza cuando usted lo desea: pueden acompañarlo desde su casa u hotel al aeropuerto o desde el lugar del que usted salga, para que la gente no lo vea llegar solo; pueden encontrarse en una confitería o directamente pueden aparecer a pocos minutos de la hora de la partida, simulando una involuntaria llegada tarde. 

Me quedé pensando en el “pueden aparecer”, como si pudieran aparecer por ósmosis o como si fueran robots programables. Era muy probable que gente incrédula como yo llamara a diario y, por eso, estaban bien aleccionados para enfrentarse con un amplísimo espectro de “consultas difíciles”. Me explicó que en caso de solicitar “familiares”, debía mandar algunas fotografías mías para que ellos pudieran buscar “profesionales adecuados que pudieran compartir rasgos genéticos conmigo”. Ya un poco cansada, me preguntó si tenía una idea de lo que quería encargar. Usó esa palabra, “encargar”, como si fuera una pizza a domicilio. Era todo bastante escalofriante. En caso de que estuviera decidido, ella me derivaría con el Departamento de Cobros para informarme de los valores. 

– Le recomiendo el full pack, me dijo, como si fuera una amiga alertándome sobre una oferta imperdible. Está constituido por diez personas e incluye: padre, madre, abuela o abuelo, novia, dos hermanos o hermanas o uno y uno, un tío o tía, y tres amigos o amigas. 

La soledad desespera a mucha gente
Era claramente lo que Agustín había contratado. Me dio pena todo este asunto. Me dio pena que existiera una empresa que se dedicara a esto. Me dio mucha más pena la gente que se siente tan sola que llega al punto de contratar esto... Yo era un hombre solitario, pero jamás creí necesario suplir con actores mi vacío eterno para sentirme por un rato querido, admirado, acompañado. A veces, la soledad es desesperante y uno trata de paliarla como sea. ¿Adónde hemos llegado? ¿Tanta necesidad de cariño tenemos?... 

Seis meses después estaba a punto de partir para Necochea, ciudad balnearia que, por razones familiares, me deprime hasta la médula. Pero me habían invitado con tanta insistencia durante los últimos años, que ya no sabía cómo negarme. Hasta me habían organizado una firma de libros en una librería céntrica. Sentí que como iba a hacer un viaje a un lugar tan poco placentero, debía regalarme algo... hacerme un mimo... para hacer más soportable todo. Bastante castigo era visitar la hermana no querida de la Costa Atlántica y encima, en invierno; hasta sentía escalofríos al recordar el viento helado cortándome la cara. 

En esas cavilaciones estaba, felicitándome al mismo tiempo por la decisión de haber contratado el servicio de Despedidas S.A., cuando de pronto apareció un hombre de contextura grandota como la mía, de pelo castaño tirando a colorado como el mío, y de rasgos extrañamente parecidos a los míos, que me dio un fuerte abrazo al grito de: “¡Hijo querido, que tengas buen viaje!” Me sentí casi asfixiado entre sus brazos, ya que la intensidad de su cariño, de su impostado cariño, era de temer. No sé cómo habían dado con alguien tan parecido a mí. Yo no sabía qué decir. Supuse entonces que había que seguirle el juego. Se separó medio metro de mí y me dijo con un tono en extremo elevado, para que lo escuchara la ciudad entera: 

– ¡Mira quién vino a despedirte y pidió el día en la oficina! 

Desde atrás de él –claro, era tan alto y ancho como un ropero, por lo que no podría haberla visto antes–, apareció una preciosa muchacha oriental que caminó hacia mí, me tendió los brazos y empezó a besarme por toda la cara. Si la hacía, la hacía bien, había pensando cuando hice el encargo. Su perfume era delicioso. Vestía un kimono rojo con dragones negros, lo que me pareció algo demasiado estereotipado… Pero quizás era yo el que miraba todo como un actor circunstancial, más pendiente de cómo sería recibida la pantomima por el accidental público que de mi propio papel en esa representación “confeccionada a pedido”. En ese instante, se anunció la partida del ómnibus de la empresa Plusmar y ellos dos, desde abajo, me saludaron con una emotividad muy honesta. ¡Eran realmente buenos en lo que hacían!, pensé. Ni siquiera habíamos bajado la rampa que bordea la estación de Retiro y la Villa 31, cuando una señora de unos sesenta años, sentada a mi lado, me preguntó: 
El micro parte a lo desconocido 

– Era su novia esa japonesita, ¿no? Lo felicito, muchacho. Y parece que se lleva a la perfección con su padre... 

Tuve la imagen de mi rostro cuando el color abandonaba mi semblante. Traté de disimularlo comportándome lo más cordial posible… y luego me di vuelta para intentar dormir unas horas. 


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Este relato es ficción hoy... pero ¿mañana?
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Editora general: Silvia T.