Música para flotar

miércoles, 19 de marzo de 2014

Maradona, su clon y la mafia de la FIFA - Parte I

Una fotocopia del DNI de Maradona
Era una tarde agradable de sábado cualquiera y yo estaba volviendo de San Telmo en el colectivo de la línea 103. Sentado al lado de la ventana, compartiendo el otro asiento con una anciana, el viento me aportaba una sensación muy placentera en la cara. Sumergido en la lectura del libro que llevaba, no me percataba -como siempre- de lo que sucedía a mi alrededor. Pero la frase que escuché a mis espaldas rompió en absoluto mi concentración. Las palabras que sonaron desde el asiento de atrás nublaron mi vista, aflojaron mis manos y sentí algo parecido a la desesperación en la garganta. La frase volvió a sonar de vuelta: “Maradona está muerto”. Cerré el libro y me propuse seguir escuchando lo que un joven le decía a otro.
El autor de semejante sentencia se proponía convencer al otro que, más enojado que incrédulo, no caía. Al parecer, su argumento ya se lo había referido, pero insistía en que hacía muchos años el astro había fallecido y que el que ahora conocemos es un clon, una suerte de autómata configurado a partir del ADN del original. Yo no podía creer lo que estaba escuchando. Estábamos por la calle Moreno a la altura del Hospital Español. El incrédulo, levantándose, le dijo: “Sos un bolacero chabón, nos vemos mañana. Acordate de traerme los botines”.
Yo ardía de curiosidad… No es que fuera fanático de Maradona ni mucho menos, pero me sonó tan irreal que me atraía como un árbol lleno de miel a un oso hambriento. El colectivo tomó por Rivadavia, y mi temor de que ese loco o visionario se bajara me desesperaba. No aguanté más y me di vuelta. “Disculpame… mirá, no quiero ser metido… pero escuché un poco de lo que decías antes… y…”; no llegué a terminar la frase que, para mi grata sorpresa, él continuó muy amigablemente diciendo: “Sí, sí, lo de Maradona”... “Eso…” Me quedé helado, no supe qué más decirle y el joven, que aparentaba unos 45 años y vestía con ropa deportiva de un club europeo (creo que del Manchester City), me dijo lanzado: “Si tenés cinco minutos te cuento algo que no vas a poder creer”. Y resaltó pausadamente la parte de “no vas a poder creer”. Lo primero que sentí fue miedo; me dije: “este me va a robar”. Pero más que el libro y algunos pesos no tenía. Su entusiasmo además valía la pena de afrontar cualquier riesgo. ¿Y si estaba loco? Si estaba loco seguro era un loco inofensivo. Igualmente, como no dejo de ser un porteño desconfiado, propuse el Village (lugar transitado, luminoso y con seguridad). Él aceptó con agrado. Parecía encantado de hallar a alguien no solo dispuesto a escucharlo, sino también interesado en su historia.
La fachada del Village Caballito
Bajamos del colectivo, entramos y subimos por la escalera mecánica. Me preguntó a qué me dedicaba. Le dije escuetamente que era profesor de Literatura. Me contestó “genial, tenés la mente abierta, me vas a creer”. Esta última parte me hizo suponer que su cantinela desbordaría de fantasía… pero siempre me gustaron este tipo de personajes extraños, que rozan lo border. No me arrepentiría en toda mi vida de prestar atención y tiempo a lo que me iba a contar...

Voy a tratar de ser lo más fidedigno a su relato y referirlo tal cual él me lo contó. Por supuesto que voy a recrearlo según mis palabras -prometo reforzar la objetividad-, pero en este caso, como decía Mc Luhan, el medio fue -una vez más- el mensaje. No me demoro ya, ahí va la historia:

En el Mundial llevado a cabo en Estados Unidos en 1994, a Diego Armando Maradona, emblema nacional -guste o no-, el control antidoping le dio positivo dejándolo fuera de la Selección, perjudicando su imagen en el mundo entero y arruinando un futuro brillante como el mejor jugador de todos los tiempos. 
En aquel momento, “El Diegote” brindó una conferencia a un grupo innumerable de periodistas de todos los países negando en toda ocasión los resultados del examen y acusando a la Federación Internacional de Fútbol Asociados (FIFA) de haber cometido un grave error. Es de conocimiento público que, desde el origen, la relación entre el jugador y la Federación fue tirante: Diego atacó siempre y sistemáticamente los manejos fraudulentos de su responsable máximo, Joao Havelange. En la misma conferencia de prensa, Maradona deslizó una de las frases más memorables de todos los tiempos, una de las frases futbolísticas de mayor resonancia mundial que, metafóricamente, delataba la situación adversa que tanto él como persona, la Selección como equipo y el país como hogar estaban sufriendo: “ME CORTARON LAS PIERNAS”.
Lo que el ciudadano común no sabe, aunque lo sospeche, es que la mayoría de los rumores que manchan y desprestigian a la FIFA son ciertos. El organismo a cargo de manejar el deporte más masivo del mundo es una de las organizaciones mafiosas más truculentas de la historia.
El control de antidoping a Maradona en el mundial de USA efectivamente fue adulterado, con el objetivo de destruirlo; los grandes cabecillas tenían un odio personal y sanguinario contra su persona. Sin embargo, las palabras de la conferencia de prensa no pasaron desapercibidas. Cansados de los ataques y las groserías del 10, la noche del famoso examen de orina, luego de una junta que empezó siendo festiva para celebrar el hecho pero que fue tornándose áspera debido a las palabras agresivas del jugador, los oscuros mecanismos de la FIFA se pusieron en marcha. Analizaron cada una de las palabras y la frase “Me cortaron las piernas” era demasiado jugosa como para no aprovecharla… Esa noche, un comando integrado por cuatro personas vestidas íntegramente de negro, comandadas por un tal “Bill”, irrumpieron en la habitación donde el astro del fútbol dormía luego de una noche de excesos. Diego Armando no se dio cuenta de que le inyectaron en el brazo una extraña sustancia azul y que posteriormente fue cargado en los hombros de uno de los misteriosos hombres de negro...

El patacón de Vicky Donda que apareció en su boca
Diego Armando Maradona apareció en una zanja guatemalteca, medio muerto, sin piernas y con el rostro bastante desfigurado. Su lengua había sido arrancada y en el interior de la boca le habían colocado un billete, específicamente un bono patacón. Y esto resultaba curioso, puesto que aún no existían. En un claro, pero siniestramente irónico, acto mafioso. Sus brazos estaban parcialmente quemados y la famosa “mano de dios” carecía de dedos. Le habían tatuado el rostro de Havelange en uno de sus testículos (que con tanto vello púbico, más bien parecía Osama Bin Laden). Este ensañamiento parecía demasiado desaforado… pero compensaría los actos amorales del otro… del clon que habían creado a partir de la sangre del original y que, lamentablemente para ellos, había salido perfectamente idéntico, en mente y cuerpo. La noche en que lo secuestraron, los científicos de la FIFA hicieron una proyección aproximada de la vida de Maradona en sus próximos veinte años, a partir de ciertas células de su cerebro; y la computadora les arrojó datos sumamente desagradables, aunque nada sorprendentes: “tendría más hijos a los que no reconocería, continuaría casi sin pausa su adicción a las drogas y a los excesos, descuidaría a su familia, conduciría la Selección Nacional de fútbol y fracasaría estrepitosamente como otros clubes…” En ese momento lo frené con una duda. Creo que él también necesitaba tomar un poco de aire y lubricar con saliva su garganta reseca. Le dije que no me cerraba el tema de los tiempos… y le pregunté por el verdadero Maradona. El tomó aire, sonrió guiñándome un ojo y prosiguió...

Luego de la conferencia que el verdadero Maradona le brindó a los medios en Estados Unidos luego de que se supo lo de su doping, volvió muy ofuscado a su habitación… Caminando lentamente a su lado lo acompañaba su representante histórico: Guillermo Coppola. Entraron a la habitación 696 y se sentaron en la cama. Diego se tomó la cabeza con las manos y rompió a llorar. “Guillote” lo abrazó como quien abraza a un hijo muy decepcionado. (A lo largo de todo su relato yo me preguntaba cómo este hombre sabía todo esto… La respuesta sería sorprendente). Luego de un rato, el abatido recuperó su compostura y le dijo a su compañero: “esta noche organizame la fiesta más grosa de todas. Minas, chupi, merca, que no falte nada. El Diego paga. Pero antes quiero llamar a la Claudia y a las nenas que deben estar preocupadas”. Coppola sabía que eso lo invitaba a retirarse; así que agarró su agenda para hacer unas cuantas llamadas y lo dejó al jugador en la cama con el teléfono en la mano. 
Solo una postal de la inmensa celebración

La fiesta fue IMPRESIONANTE. Tanto que, por lo que escuché, necesitaba poner todo el adjetivo en mayúscula, cada una de sus letras. La de Peter Sellers parecía una celebración amateur al lado de esta, en donde no faltaron, pole-dancers, espectáculos con enanos, drogas y alcohol por doquier, coreografías con lluvia de espuma y purpurina por parte de una compañía de danza árabe de Brodway y hasta los Rolling Stones, quienes accedieron gustosos a la invitación, e interpretaron temas pedidos por el anfitrión ante más de quinientos invitados. Entre ellos se encontraban: Kim Basinger, Jacobo Winograd, Robert de Niro, el rector del colegio San Marto de Turs, Fidel Castro (nadie sabe cómo entró a EE.UU. y menos aún cómo volvió a Cuba), Arturo Puig, el escritor Chuck Palahniuk, Alcides y un jovencito llamado Ricardo Fort. Para semejante orgía de emociones, medio Sheraton de Miami fue reservado; y los concurrentes, alcoholizados y fuera de sus cabales tuvieron sexo en los corredores, contra las paredes, en las camas y hasta en la inmensa pileta de la terraza, llenada con agua de la delicada agua francesa Evian (cuyo piso estaba pintado, para la ocasión, con los colores del club Boca Juniors). 
Al otro día, a media tarde, Guillote fue a despertar a Diego y el jugador abrió la puerta con cara de dormido. La habitación estaba igual a como la recordaba en la mañana, cuando lo acostó en la cama, en un estado francamente deplorable. Era impensable, desde cualquier punto de vista, que Coppola supiera o al menos sospechara, que quien acababa aparecer ante él ya no era el verdadero Maradona, sino un clon de Maradona. De hecho, al hombre de cabello canoso le llamó la atención verlo tan recuperado a pesar de las lagañas. Diego le había pedido una fiesta y ¡vaya que la había armado como correspondía! Estaba orgulloso de su trabajo y de marcar tanto la vida de alguien. 
A partir de acá empieza la vida o, más bien, continua tal cual la conocemos… o tal cual los medios nos hicieron creer que la conocíamos. Pero lo cierto es que el que vivió esa vida desde el Mundial del ´94 fue un impostor, un autómata confeccionado a imagen y semejanza del más grande…

- ¿Vos cómo sabes todo esto?, le pregunté devorándolo con los ojos, maravillado por su relato. Me miró a los ojos y encontró un brillo que supongo le habrá dado suficiente confianza para la revelación, porque tragó saliva, cerró los ojos, miró en dirección al cielo y me dijo muy suavemente: “Me lo dijo el mismo Maradona…, el real…, El Diegote”.
(CONTINUARÁ)

CORRECCIÓN, PACIENCIA, Y PULIDO: SILVIA. T

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