Berna: la insospechada madre de "El cuidador de la cripta" |
La historia se remonta al año 1890, cuando la familia Pherson dejó su Escandinavia natal para asentarse en lo que ya se llamaba Estados Unidos. Paranoicos por la peste que los asolaba, decidieron fundar la primera casa funeraria de la costa oeste. El gran éxito que tuvieron los obligó a expandir el negocio: crearon una inmensa cripta en un terreno medio abandonado, entraron en el negocio de la venta de ataúdes, coronas y adornos florales y hasta un servicio especial de maquillaje para los difuntos. El negocio fue pasando de generación en generación hasta que sucedió un hecho desafortunado y algo difícil de explicar: Berna, la menor de los Pherson que solo tenía 16 años y era la tataranieta de esos primeros habitantes escandinavos, juraba haber sido violada por un fantasma, un espíritu perteneciente a un soldado que había muerto de hambre en la guerra. Ya sé, ya sé que el caso es imposible de concebir; pero lo cierto es que nueve meses más tarde Berna dio a luz.
Mapa de Escandinavia |
El bebé no parecía ser humano, o sí, pero era como un esqueleto, casi carente de órganos y piel, solo poseía huesos que estaban unidos de una manera misteriosa. La sociedad no iba a aceptarlo bajo ninguna circunstancia. La familia quiso deshacerse de ese engendro de la naturaleza, pero Berna se negó: al fin y al cabo eso que acababa de parir era su hijo, suyo y de ese fantasma. Entonces la familia permitió que viviera en una de las criptas que poseían, como su cuidador. Durante los primeros años Berna lo visitaba casi a diario. Pero él no necesitaba nada, su estructura lo volvía ajeno a la comida o a la bebida. No necesitaba dormir ni ir al baño. No tenía frío ni calor. Era casi un fantasma, como su padre. Poseía un largo cabello gris, como si ya fuera un anciano. Ella, en tanto quería cumplir un rol materno, le leía cuentos de princesas y dragones, pero al poco tiempo, cuando su hijo empezó a hablar (no se explica como lo logró, ya que no tenía lengua), prefirió historias truculentas y escabrosas que según decía “tenían más que ver con él”. Su madre no entendía por qué, pero cumplía su capricho –que acaso era el único que tenía- sin chistar. Ninguno de los dos advertía la importancia del evento, jamás podían imaginarse que años más tarde, toda una nación esperaría atenta atrás de la pantalla estas historias.
El adorable y simpático hijo de Berna |
Muchos años más tarde, un grupo de cineastas estaba buscando un escenario ideal para filmar una película de terror y se toparon con la cripta. A pesar del miedo que les generó, decidieron entrar. La sorpresa fue colosal cuando encontraron a un ser viviendo en las profundidades. Se presentó como el dueño de la cripta Pherson y les contó la historia de su vida. Los hombres del espectáculo quedaron fascinados ante el relato y vieron una veta económica en los cuentos que este pequeño ser huesudo parecía saber a la perfección. Decidieron abandonar la película que tenían en carpeta y filmar las locas narraciones del libro. Les pareció que él mismo debía presentarlas para homenajearlo y rescatarlo de ese inmerecido olvido al que había sido sometido. Lo demás es historia conocida… Lo más curioso de todo el asunto fue que su encanto natural (al parecer era muy buen conversador y, sobre todo, muy gracioso) –solo conocido por la compañía que llevaba a cabo la serie porque para el resto del mundo es y será un muñeco- enamoró a una de las productoras del ciclo. El fruto de ese romance fue “Bernita” -llamada así en honor a su abuela- que, por esas cosas de la vida, se convirtió en jugadora profesional de burako y participó de varias competiciones realizadas en Buenos Aires. En uno de esos encuentros trabó una muy buena relación con mi abuela, acaso otra jugadora formidable.
Correctora y amiga de la vida: Silvia T.
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