Esta mañana el dentífrico se enojó conmigo. Más que experimentar un enojo, creo que fundamentalmente se quedó decepcionado con mi actitud...

Conformábamos un trío perfecto y sin discusiones. Yo respetaba los tiempos del cepillo que, ya entrado en meses, se cansaba más rápido e higienizaba con menor eficacia; y seguía su explícito pedido, encargándome de secarlo bien. La pasta me aseguraba disolverse lo mejor posible en mi boca; yo la dejaba puesta en el cepillo un rato para que conversaran antes de empezar la limpieza y este pudiera empastar todas las cabezas de su reino. A su vez, el cepillo aseguraba poner a mi disposición todas las cerdas para que llegaran a los lugares más difíciles y me prometía ser cuidadoso con las encías, que ya se habían quejado en otras oportunidades por pinchazos y trabajos descuidados. Por supuesto, las manos ‘se lavaron’ del asunto.

Según se comenta, este dentífrico era prepotente y arrogante en sus relaciones con los demás. Había arreglado con la mano derecha para que la guardara en un estante alejado mientras permaneciera en el baño, justamente para no relacionarse con los demás. Hasta se llevaba mal con el jabón, uno de los seres más amables del baño.
Como les decía al principio, esta mañana la Triple Protección se fastidió conmigo. La pasta “invasora” se me había acabado por la noche y todos allí sabían que al otro día volvería a la vieja pasta, no por extrañarla o sentir cariño (aunque sí la extrañaba), sino por necesidad. Lo que yo desconocía era que esta vieja pasta había sido muy influyente en el grupo. De alguna manera, esa noche logró un complot que fue terminante. Por desgracia, yo tampoco conocía a la perfección la opinión de los dientes... Al despertar, ellos se habían marchado de mi boca.
Gracias Sil T. por seguir leyendo y corrigiendo cada una de mis fantasías literarias.
Mis mayores afectos amiga de la vida