Abrumado por el repentino e inesperado éxito que le significó
la memorable interpretación de “Harry, el
hacha Lonsdale” en la primera película del director Guy Ritchie -estamos
hablando de Juegos, trampas y dos armas
humeantes (Lock, Stock and Two Smoking
Barrels), de 1998-, P. H. Moriarty abandonó la actuación por completo. Su
historia y los caminos que causaron que este médico inglés terminara trabajando
como otorrinolaringólogo en la Clínica San Camilo, en el barrio porteño de
Caballito, tiene ribetes bastante curiosos.
Nacido en 1939 con el nombre de Peter Harry Moriarty, en la
ciudad británica de Manchester, desde niño,
decían sus padres, podía advertirse fácilmente que la medicina sería su
destino, que simplemente lo llevaba en su ADN. Su madre, Carol Rotten, según
algunas anotaciones que pudimos tomar de su diario íntimo, escribió alguna vez
que su pequeño, regordete y único hijo, “destrozaba las muñecas que pedía como
obsequio, para luego volver a coserlas y <<curarlas y sanarlas>>; y
entonces la satisfacción brillaba en sus ojitos”.
El Dr. Moriarty en su consultorio en Buenos Aires |
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Dejemos esta historia acá y adelantémonos algunos años… cuando
por pedido explícito del abuelo argentino, Peter, ya padre y meritorio doctor
en medicina, llevó a su pequeño hijo Noel para un casting de un postre helado. El nene era demasiado bonito y si bien
a Peter todo ese mundo le parecía muy frívolo (más considerando las angustias
existenciales que Peter le había sospechado a su padre desde siempre), no
quería que Noel se decepcionara si no
llegaba a ser el elegido. Pero a la vez pensó que estaba haciendo muy feliz a
su padre, que tomaba esto como una revancha personal, porque si él no había
podido lograrlo y su hijo había desdeñado la actuación, cifrar todas las
esperanzas en el nieto le parecía lo más lógico. Esto debía ser solo el
puntapié inicial. Alguien lo descubriría y sería un actor renombrado y famoso,
importante, e interpretaría a los clásicos… El abuelo amaba a su familia, a su
país y a su equipo de fútbol, el Manchester
City, pero por sobre todo amaba a su nieto que, desprovisto aun de voto y
de razón, podía ser conducido de a poco a las tablas y luego a la Televisión
hasta llevarlo finalmente al Cine. Su hijo Peter, médico y hombre de ciencia, era demasiado sensato y
práctico desdeñando secretamente sus esmerados intentos por convertir a su
pequeño Noel en una estrella mundial. No había podido alejarlo de la Medicina a
pesar de todos sus esfuerzos…
El día del casting,
el abuelo se preparó como si la prueba la tuviera que dar él. Siempre que
podía, este hombre algo calvo, de piel rojiza y bigotes blancos como la
nieve, alardeaba de sus pequeños éxitos
televisivos, que eran pocos y mediocres, pero él los hacía relucir de manera
asombrosa, al punto que la gente pensaba que tenía ante sí a un actor imprescindible a quien los medios
de comunicación habían maltratado. Peter también quiso acompañar a su hijo en
este, su primer casting, esperando
que fuera el último. Los tres, abuelo, padre e hijo estaban sentados en un
pasillo repleto de niños que corrían incansables de un lado para otro. En las
paredes había dibujos de Popeye y
sonaba una música infantil, como con tambores y cambios grotescos de voces
(¿Sería Flavia Palmiero y la Ola Verde?).
Uno de los niños en el casting |
El abuelo estaba
ansioso, soñaba con ver su apellido en una marquesina; su hijo estaba algo
nervioso, tenía una operación programada en un par de horas en el hospital que
quedaba del otro lado de la ciudad; y su hijo Noel no entendía mucho qué estaba
haciendo ahí –aunque secretamente su intuición le indicaba que entre su padre y
su abuelo había una contienda misteriosa que se le escapaba, que no estaba en
condiciones de comprender–. El griterío era espantoso y el calor empezaba a
hacer brotar los nervios de los cientos de madres, padres, tíos, abuelos o
tutores que se encontraban en el estudio de la calle John McDowell. Pero una
voz resonó tan fuerte, nítida y grave que el lugar enmudeció y los chicos
guardaron por primera vez un silencio sepulcral, y lo más curioso:
sincronizado. “¡Lo encontramos!” “¡Lo encontramos!”. El sonido anticipó a la
persona que apareció tras la cuarta repetición de la frase. Un hombre vestido
algo excéntrico con un saco a cuadros verdes y pantalones con lunares amarillos,
calzado con zapatos de cuero de víbora caminaba lentamente por el pasillo. Los
adultos tragaban saliva, esperanzados en que su retoño fuera el destinatario de
esas palabras tan celestiales. Pero uno solo sería el elegido…se detuvo frente
a los Moriarty. El abuelo masculló “Yo sabía que Noel la iba a pegar”(por
supuesto, lo dijo con palabras inglesas y más refinadas)... pero el hombre del
grito extendió su largo brazo y apoyó la mano en el hombro de Peter quien abrió
los ojos demudado, quizás algo exageradamente. El dueño de esa mano, lo miró a
los ojos y le dijo: “Usted es el actor que estábamos buscando”…
Resulta que el casting
para niños era toda una farsa. El verdadero propósito del Estudio era convocar
a “gente común”, para extraer de ella los personajes para la ópera prima de un
director hasta el momento ignoto que no contaba con los recursos necesarios
para contratar actores profesionales, ni siquiera amateurs. La negativa de Peter fue firme; argumentó que tenía un
trabajo serio, que sus pacientes confiaban en él, que su prestigio… pero en eso
miró de reojo al padre y comprobó que cada una de sus palabras eran un cuchillo
que le clavaba y que le había provocado caprichosas lágrimas en su arrugado
rostro por no poder disimular tanta decepción. Entonces interrumpió su
argumento, se mojó los labios con la lengua, tomó aire y le dijo al de ropa
estrambótica que lo haría. El padre seguía llorando, pero ahora de alegría. En
medio de los dos, Noel leía una caricatura bastante abstraído del asunto. No supo
bien qué pasó, pero de alguna forma su pequeño cerebro le comunicó que una
deuda que databa de años, había sido saldada. En el interín, que fue solo un
breve momento, la gente se había marchado (insultando, furiosa por la estafa,
decepcionada… y con sus niños dejando ríos de llanto).
Trailer de la película de Guy Ritchie
Luego de la “vorágine” de la película (entrevistas,
presentaciones, estrenos, etc.), Peter quiso retomar su trabajo en la
clínica... pero cuando volvió, se encontró con otro nombre grabado en el vidrio
de su consultorio. Tardó largo rato en entender lo que había pasado y cuando lo
supo, el mundo se le vino abajo: lo habían echado. Un poco de la furia y el
cinismo de su personaje le volvieron al cuerpo y fue a hablar con el Director General
para pedirle explicaciones. Damon Cocker, que era el nombre del responsable
máximo, empezó diciéndole que la película le había encantado… (¡qué le
importaba eso a Peter!), que su actuación había sido soberbia y sumamente
convincente… y que de tan convincente… los pacientes –e incluso algunos otros
colegas- le tenían cierto… temor. Peter, el buen vecino, buen esposo, buen
padre, buen hijo, buen ciudadano, excelente profesional y finalmente – al
parecer– excelentísimo actor, había sido
demonizado y resistido por la gente… Al contrario de lo que suponía que
pasaría. Su papel lo había devorado; la ficción, una vez más, se imponía a la
realidad.
¿Es la persona o el personaje? |
Así como indirectamente el
problema tuvo su origen en el padre, la solución, parcial pero solución al fin,
también provino de la misma persona. El abuelo de Noel le dijo que en
Argentina, más específicamente en Buenos Aires, tenía un conocido que trabajaba
en una clínica privada y podía acomodarlo allí. Peter dudó, pero cargaba con un
estigma tan fuerte que el exilio se volvía una exigencia necesaria para volver
a empezar. Algunos sueñan toda la vida con llegar a la fama, como su padre; él
había llegado y eso solo le había acarreado dolor, pérdida y rechazo. La fama
no era lo prometido, lo que la gente pensaba. Quería retomar su vida normal y
en su país nadie parecía entender que él no era eso, que era una mera actuación como tantas otras en la historia
del Cine. ¡Qué ridiculez! Era como pensar que si uno se cruzara con Anthony
Hopkins iba a comerte un brazo por su rol de Hannibal Lecter… Quizás la
sociedad inglesa era mentalmente muy cerrada… o tal vez él era –esta
posibilidad lo dejaba estupefacto– un actor por naturaleza y debía amigarse con
esta faceta que nunca supuso.
La Clínica San Camilo en el barrio porteño de Caballito |
Años más tarde, “Pepe”, y ya no más “Peter”, se convirtió en
uno de los médicos más queridos y estimados de la Clínica San Camilo (Av.
Ángel Gallardo 899). Algunos pacientes, en general los más jóvenes, lo
reconocían por su papel, pero lo felicitaban por su performance y ninguno le mostraba síntomas de resquemor o recelo,
solo de narices tapadas. El médico inglés encontró en este pueblo una calidez
que en su vida había sentido y una apertura intelectual que su país estaba
lejos, lejísimos de lograr. Algunas pacientes adultas le traían dulces, las
enfermeras lo miraban con cierto deseo, que para su edad era un mimo
impresionante al ego, sus colegas lo invitaban a los asados y la amistad con
Daniel, el oculista del tercer piso, le valió ser elegido el padrino de
bautismo de su hijo. Carol y su nieto Noel se adaptaron rápidamente a la ciudad
y no extrañaron tanto como pensaban el clima frio y lluvioso, la comida frita y
los chistes del abuelo Moriarty, quien
desvariaba en los últimos días antes de que partieran rumbo a Buenos Aires.
Este soy yo operado y un amigo que reía de mis incoherencias (mucha anestesia) |
Espero haber esbozado un perfil acabado o, al menos, haber dado una idea de los pasos que convirtieron a este buen actor inglés, en un excelente médico argentino.
[Dr. Miranda, si alguna vez llegara a leer este escrito, le quiero agradecer la inspiración que me aportaron sus cejas y su gesto adusto. La foto la saqué a escondidas una vez en su consultorio]
Silvia.T., colaboradora , correctora y figura imprescindible en esta nueva locura literaria
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