Una camina tranquilamente por la
avenida Acoyte hasta que de repente el terror lo invade… ¿Es un monstruo? No.
¿Es un robot? Quizás... ¿Es un autómata? Posiblemente. Al prestar mucha más
atención, y enfrentar la vidriera del local encargado de vender pijamas,
pantuflas y “ropa para dormir”, uno descubre la espantosa verdad. El dueño ha
querido ahorrar unos pesos, y ha suplido con dos tubitos de papel de diario los
brazos de un maniquí. Como el morbo no le alcanzaba y porque seguramente es un
fanático empedernido de Frankenstein de Mary Shelley,
le agregó una cara de niño que ya está descolorida de tanto sol y tantos días.
Lejos de ser un humanoide, estos pijamoides aterrorizan a todo transeúnte
desprevenido. He visto a niños vomitar y patalear luego de observarlos.
Genera mucho disgusto observar que la prenda y el torso corresponde a un talle
de adulto, pero que sin embargo tiene cara de chiquito, como si vendiera ropa para
mutantes gigantes con cabeza pequeña, así como los malos de la película de
Mario Bross que eran tremendos mastodontes pero tenían una cabeza encogida de
dinosaurio bebe. Notese que el pijamoide de atrás también es dueño de unos largos
brazos de papel marrón. Creo que hay formas, cualesquiera, más aconsejables de
captar la atención de un posible comprador sin generarle ganas de salir
corriendo. Al menos debería haber alguna advertencia en la vidriera, junto a
nuestro pequeño amigo, diciendo que el uso de esas telas no provocará un
rejuvenecimiento permanente. Aunque tal vez promocionándolo así logré el
cometido absoluto, no ya el de vender, sino el de que alguien entre, así sea
para preguntar para dónde queda Rivadavia.
¿Los números serán parte de un código cifrado conectado con alguna extraña fuerza del mal? El pijamoide seguro lo sabrá. |
Parece un pijamoide estático, pero por el pliegue de su bracito de papel podemos comprobar su movilidad. |
http://img.blogdecine.com/resize/500/2011/05/village-of-the-damned-2_650.jpg
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