Música para flotar

lunes, 13 de enero de 2014

Av. Córdoba y Reconquista

Una esquina para enamorarse...y sufrir
     En un rato, Nicolás y Carla se encontrarán en la esquina de Reconquista y Córdoba. La expectativa es inmensa y cada uno, desde su naturaleza, fantasea con el encuentro, con lo que pasará, con las cosas que se dirán. Son cazadores y viven la vida con intensidad, y por eso no les preocupa el nivel de juego del encuentro. Ellos no pierden. De cualquier forma van a sacar los dientes porque así son, ya sea para amar o para matar. 
     Él ronda la zona con más de media hora de anticipación y se advierte algo nervioso. El calor y las horas en la calle lo han convertido en una persona de aspecto deplorable: transpirado, con el pelo revuelto, la chomba arrugada. Nicolás tiene novia pero no puede meditar sobre eso ahora, solo piensa en los ojos de Carla, en su acento, en su figura, en todo el torbellino que le provoca cuando baila en su cabeza. Ella transita momentos difíciles en la oficina, trata de guardar una compostura ejecutiva y profesional, pero en el fondo piensa en que en un ratito volverá a ver a Nicolás, su viejo compañero de la facultad que por esas obras del destino o por mera casualidad o causalidad, fue a presentarse en su trabajo buscando información para realizar un viaje al destino del que Carla es oriunda y representa a través de la embajada. 
     Les sacude el pecho recordar el final del primer encuentro, del primero luego de los diez años, donde el escuchar el nombre del otro detonó un viaje introspectivo en cada uno. Ese día despertaron con la sensación familiar de que sería una jornada normal. Hasta mitad de la tarde no parecía que fuera a suceder cosa alguna, pero sus destinos ya estaban escritos o sus libertades consumadas.
12 de junio

El día del encuentro, Nico no quiso llegar con las manos vacías y entró a un kiosco a comprarle a Carla una golosina, alguna cosita dulce.Nunca trámite tan trivial significó tanta complejidad. Los productos, más allá de ser puros dulces, guardaban secretamente una connotación. No era lo mismo regalar un Dos corazones que un incómodo paquete de pochoclos. El fastidio del vendedor y el apuro de otro comprador lo llevó a elegir un bocadito Tita, una pequeña galleta recubierta de chocolate que a su entender cumplía decentemente con la intención de presentarse con algo y sorprenderla. 
Cruzó avenida Córdoba y tras un pequeño rodeo, decidió esperarla parado arriba de uno de los escalones de una puerta secundaria del hotel de la esquina. En su cabeza la recordaba alta, incluso más que él y se acomplejaba ante esta imprevisibilidad. Debía pararse derecho y no jorobarse. 
Ella se miró al espejo del baño de su oficina, la hora se acercaba. Estaba segura, como solía estarlo, y se veía preciosa, despampanante. Se perfumó el cuello, las manos y el pecho. Haciendo uso de su hora de almuerzo, bajó en un ascensor destartalado, saludó al portero y salió al encuentro de Nicolás. Su respiración estaba agitada, tenía maripositas en la panza. La incertidumbre era protagonista…

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La misma rosa el 12 de diciembre
     Entre las cervezas que tomaron esa tarde y terminar con las vidas deshechas, casi nueve meses después, hay un abismo de tiempo, de intensidad, de sueños y decepciones que es imposible evaluar. Así como no se puede entender el amor que una persona puede sentir cuando mira a otra a los ojos, menos se puede entender una relación que floreció rápidamente como la rosa más roja del jardín de la vida y se marchitó a fuerza de tanta promesa rota. ¿Cómo no va a perder los colores si se la empieza a ver en blanco y negro? Es imposible que una flor resista si son dos las personas que soplan para voltearla. 
Sentados allí en ese bar, padeciendo una feliz ignorancia, desconocían que faltaban meses para que viajaran juntos. Sin embargo, faltaba muy poco para que se enamoraran y empezaran una relación, al menos una relación de escorpiones y asesinos. Faltaban poquitos días para que él la invitara a cenar a su casa y un abrazo diera vuelta el tablero de sus seguridades. Todavía no estaba en los planes lastimarse ni los engaños y las mentiras. Esa esquina que circunstancialmente los reunió allí, fue el comienzo de algo maravilloso, y a la vez el principio del fin. 

   Hace unos días, el viernes diez de enero, dos personas se encontraron finalmente alrededor de las seis de la tarde tras conocerse una semana antes, pero en la nochecita, en el after de un pub de Retiro. Se pasaron los celulares y estuvieron toda la semana escribiéndose, hablando por horas, ilusionándose. Tenían que verse, no podían esperar más. Se sonríen, se miden y se gustan. Ella se siente gustada, él se ilusiona. La esquina de Reconquista y Córdoba, la esquina del amor y del desamor, la del punto céntrico que de lunes a viernes exuda vida y movimiento y los fines de semana propone muerte y soledad, es testigo silencioso de algo que está naciendo otra vez y que lamentablemente morirá.

1 comentario:

  1. 60 años y 7 días antes de que la pequeña Carla gozara del brillo del mundo en sus ojos, nacía en su patria un autor, quién años después con su trabajo y talento, regalaría al mundo un bolero llamado "Sabor a Mi". (Álvaro Carrillo).
    Misma obra que desde la Plaza de San Marcos en Venecia, una tarde de verano, dedicaría a su amado Nicolás, mientras un grupo de jóvenes músicos alegraban el día, la Plaza y a ella.
    Sentada y escuchando atenta, dejaba volar su corazón y su mente hasta los brazos que la recibieron esa tarde en la esquina de Reconquista y Córdoba...todo al ritmo de un "yo no se si tenga amor la eternidad, pero allá tal como aquí, en la boca llevas ya, sabor a mi..."
    N.

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