Música para flotar

sábado, 7 de diciembre de 2013

The Power of love, versión explicita y callejera

La fachada de la Universidad de Ingeniería
y las paradas de colectivo
Esperaba el colectivo en la parada de Pueyrredón entre Azcuénaga y Las Heras, a metros de la puerta de la Facultad de Ingeniería. El día transcurría sin mayores novedades. Debía hacer un par de cobranzas por la zona del Obelisco, luego debía volver a casa a corregir unas pruebas de Hamlet que había tomado esa mañana y por la noche, quizás mi prima y el novio vendrían a comer a casa. Pero para eso faltaba mucho aún.
A lo lejos vi a una pareja que venía besándose con una desesperación digna de un condenado a muerte, o de aquel que sabe que un meteorito impactará en breve contra la tierra volviéndonos polvo. Yo miraba por inercia o aburrimiento, era entretenido verlos mientras no tenía nada que hacer. Era gracioso como caminaban sin despegarse, chocándose con la gente y rebotando con las rejas que protegen el edificio de  la Facultad. No temían tropezar ni caerse, solo les importaba no perder los labios del otro. Una bonita pareja. Fueron acercándose a la parada donde yo me encontraba junto a una señora muy refinada de Recoleta. A falta de una pared mejor, y consumidos por el deseo, se apoyaron contra uno de los carteles, a poca distancia de mí, a seguir expresando su amor. Yo estaba del otro lado, así que dejé de verlos de cuerpo entero (solamente podía divisar sus piernas), mas no dejé, a pesar del transito, de escucharlos. Gemían y jadeaban con verdadera fruición; supongo que debían separarse para respirar.
De repente sucedió algo inaudito. Debo decir, dato sumamente importante, que no eran más de las 3 de la tarde. Los pantalones del chico cayeron. Me mataba la curiosidad pero no podía ir a ver porque recibiría el premio al onanista del año. ¿Qué estarían haciendo? ¿Se había quedado en calzoncillos? Mis preguntas no llegaron a formularse porque el calzoncillo también quedó bajo las rodillas. Hicieron un rápido cambio de posiciones y empezaron a fornicar. ¡En la calle y a plena luz del día! Voy a tratar de explicarlo de la mejor manera; la chica se había apoyado contra el cartel dándole la espalda –no se veía ropa interior de ella, se la habría corrido- y el chico, ubicado atrás de ella, le daba presurosas sacudidas. Toda la infraestructura metálica temblaba y la señora y yo nos miramos confundidos. Seguramente ella quería llamar a la policía por el semejante acto obsceno que estaba sucediendo en la vía pública a escasos pasos de su avinagrada existencia, pero seguramente otras vecinas ya lo habrían hecho. Yo quería saber qué pasaba…pero antes recordé que estaba esperando un colectivo y que tenía cosas que hacer. Los gritos de ambos eran ensordecedores pero se fundían con las bocinas y el barullo general. ¿Y si era todo una actuación? Pero qué sentido tendría hacer eso…otra vez las preguntas y otra vez la interrupción.
Se escuchó un fuertísimo estallido: ¡el vidrio había explotado! La señora gritó y cruzó la calle casi sin mirar y por suerte no fue impactada por coches de ambas manos: no pudo soportarlo. La pareja tuvo un segundo de vacilación, seguramente pensaron si debían continuar con semejante acto. Pero la incertidumbre fue breve; ella se estaba dando vuelta, de frente a su enfervorizado amante y apoyó la cola contra el cartel, ahora ya sin el vidrio. ¿No había peligro de que se cortaran? Subió una pierna como una bailarina profesional, que el chico supo sujetar en el aire, y continuaron como si nada hubiese pasado. Yo no sabía si maldecir o agradecer la tardanza del 59. Prendí un cigarrillo, quería de alguna forma disfrutar el momento a pesar de la incomodidad. Era como volver a una etapa pre-adolescente, donde uno miraba esos canales donde la pornografía estaba codificada y debía conformarse con las rayas y tener mucha imaginación para interpretar una rodilla o un pecho. Al menos, pensaba, me da material para escribir. En frente se había formado un grupo de gente a mirar y a sacar fotos. Yo sentía que estaba en una ubicación privilegiada y a la vez tortuosa: era el que estaba más cerca y el que menos podía ver. Pero muchos hubiesen deseado estar en mi lugar para escuchar esos grititos entrecortados y sensuales de la mujer y los bufidos bestiales del hombre. De repente se detuvieron. Él se agachó y se subió de un solo movimiento su bóxer negro marca Puma y su jean. Tuve la esperanza de que pasaran a mi lado -sin saber para qué, supongo que para materializar la fantasía-, pero salieron corriendo para el otro, para la avenida Callao. Bajé del cordón a la calle y solo pude verlos de atrás. Ella era muy bajita, llevaba una pollera también de jean, una musculosa verde y calzaba unas chatitas. Su pareja tenía una remera negra, pantalones y unas zapatillas rojas. Los curiosos, desde enfrente, los seguían con la mirada. Por un acto reflejo, di la vuelta para ver el cartel que la pareja había utilizado como apoyo y comprobé que efectivamente lo habían destrozado. Había pedacitos de vidrio por doquier. Pero recién ahí reparé por primera vez lo que publicitaba el cartel: The power of love (“El poder del amor”), no podía ser más irónico. ¿Era a propósito o fue pura casualidad? Esas cosas emocionantes y misteriosas de la vida. Las marcas de los glúteos de la chica estaban delineadas en la parte inferior (se pueden ven en la imagen a continuación), así como en la película Asesinos por Naturaleza (1994) de Oliver Stone, el perverso detective Jack Scagnetti (Tom Sizemore) ve las marcas de la cola de Mallory Knox (Juliette Lewis) en el capó de un coche.
Cruzando Pueyrredón vi avanzar lentamente el colectivo. No sé cuantos siglos o minutos había demorado, acaso ya no importaba para nada. No quería que ese momento quedara grabado solo en mi cabeza, además nadie iba a creerme, así que rápidamente saqué mi celular y lo fotografié. Aquí abajo la foto.

El vidrio en el piso, las marcas en el cartel y el amor en tiempos de hoteles caros

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